Dinamarca hizo sufrir a Brasil
Dos goles de Rivaldo y uno de Bebeto permitieron a los brasileños superar el juego danés
Brasil ofició la canonización de Michael Laudrup. Se va Michellino y nos deja a un Ronaldo más generoso que nunca, a un Rivaldo goleador y al equipo que cualquiera pediría para su homenaje en semifinales de la Copa del Mundo. El fútbol es así de generoso. El ayer y el hoy juntos en un partido, unidos por una pelota, admirados por toda la hinchada del mundo.Merecía Michael un adiós como el que tuvo, un partido con goles, con sabor a fútbol, y con Ronaldo de nuevo en escena, dispuesto a jugar, a recoger el testigo de rey del mundo, y tambien con Rivaldo, su sucesor en el Barcelona, subido al escenario. Un día, en fin, para recordar más a los buenos futbolistas que a los equipos donde juegan.
Michael dejó para el recuerdo una jugada que ni pintada. El gigante Moller se dejó caer por la banda, encaró a Junior Baiano y catacrak. Quedó por el suelo el ariete, tumbado por el central. Y por ahí, a escondidas, apareció Laudrup, mientras Brasil andaba cazando moscas. Puso la mano sobre el balón, lo tocó en silencio para su hermano Brian, el pequeño de los Laudrup se metió hasta la línea de fondo y le sirvió el pase de la muerte a Jorgensen. Era el 0-1, el tanto de la sorpresa, el gol que confirmaba que Dinamarca no llegaba al partido con la derrota aceptada. Quería y podía ponérselo difícil a la todopoderosa Brasil.
Jugar a divertirse no significa ir de pardillo por la vida, y al igual que contra Nigeria, los daneses se ponían con ese tanto el partido a su gusto. Uno a cero cuando todavía se daba cuerda al reloj. La diferencia es que ayer jugaba Ronaldo, y Ronaldinho no estaba de paso por Nantes. No es el Ronaldo del Barcelona ni el del Inter de Milán ni el que jugó contra Escocia, Marruecos, Noruega o Chile.
Ha aparecido un Ronaldo más generoso, altruista, dispuesto a jugar más de 10 que de 9. Y Brasil lo agradeció. Zagallo mandó abrir muncho el campo y Ronaldo bajó a la divisoria para llevarse a la zaga. En su primera aparición, cogió la pelota y le ofreció a Bebeto un pase primoroso a espaldas de los centrales. Quedó Zagalinho solo con el cuero para que enfrentara a Schmeichel. No perdonó. No le valía el empate ni a Ronaldinho ni a Brasil y el segundo llegó muy pronto. Fue más bien un tanto a la europea resuelto a la brasileña: robo de Dunga, balón para Ronaldo y toque hacia la llegada de Rivaldo, que la picó con la izquierda de forma majestuosa sobre la salida del meta.
Ya no hubo más hasta la reanudación. Ronaldinho se dio un pequeño respiro y las penurias colectivas de Brasil quedaron al descubierto: juego poco elaborado, jugadores cambiados de banda y desajustes defensivos. Un equipo poco trabajado tácticamente. Vio Dinamarca que quedaba partido y no perdió el sitio. Le bastaba con guardar el marco y esperar a otro lío defensivo del rival. Y llegó pronto. Roberto Carlos pifió un rechace, intentó despejar de chilena, pero en su maniobra se le pasó de largo la pelota, y habilitó a Brian Laudrup para que dejara también su regalo para Michael.
Quedaba otra vez el partido abierto, a expensas de nuevo de otra jugada más que del juego. Y, en este debate, Brasil le lleva ventaja a Dinamarca. No sólo tiene a Ronaldo y a Leonardo y a Denilson y a Bebeto. Cuenta también con Rivaldo. Y el zurdo lleva un buen año. Quiere también su parte del pastel en el Mundial. Rivaldo apareció en el momento en que más le necesitaba su equipo, cuando el partido viraba por márgenes peligrosos. Tomó la pelota por la línea de medios, avanzó y mucho antes de llegar al área soltó un disparo con su zurda que acarició el poste izquierdo de Schmeichel. Un golazo de aquellos que metía el Brasil en los años setenta, cuando jugaban Rivelino y Gerson, días de fútbol muy brasileño.
Le alcanzó el golazo para atrapar las semifinales. No lo hizo con grandeza, porque no es Brasil un equipo sino once jugadores que disputan once partidos distintos. Dinamarca hizo acto de presencia hasta el final. Cayó con grandeza, de pie, dejando una imagen magnífica, sin renunciar nunca a su sello. Rieper remató a la madera y el pequeño de los Laudrup puso dos balones de gol en la confusa área brasileña.
Michael Laudrup seguramente se merecía la prórroga para poder paladear, disfrutar de su último partido, de su adiós del fútbol.Pero él nunca hizo del resultado una bandera.Podrá decir con orgullo que se jubiló perdiendo en los cuartos de final de la Copa el Mundo contra Brasil, el equipo más laureado de la historia, en un partido volcánico, lleno de goles, de emotividad, de grandeza por su contenido sentimental.
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