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Cogotes

DE PASADALa profesión periodística debe a Carmen Hermosín, consejera de Gobernación y Justicia, la invención de la rueda de prensa de cogote, nuca o colodrillo. Este cronista, en sus dieciséis años de experiencia, sólo había asistido a ruedas de prensa convencionales, con los anfitriones colocados de frente, nunca de espaldas. La innovadora experiencia se ensayó en la sede central del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, un lugar propicio a las excentricidades. Había acudido Hermosín a presentar el plan informático de los juzgados y ya a la entrada el cronista barruntó que se preparaba algo fuera de lo común cuando, junto a la carpeta, una azafata le obsequió con una gorra o, al menos, eso es lo que percibió a primera vista y no le extrañó ya que días antes había esperado más de tres horas a pleno sol a que Gaspar Zarrías terminara de declarar y platicar con su juzgador, el antiguo letrado del Parlamento, Plácido Fernández-Viagas. Sin embargo, lo que parecía la visera de la gorra era en realidad una esterilla ovoide para desplazar el ratón del ordenador, lo que tampoco deja de ser un regalo extraño a las puertas de una sala de audiencias. Una vez en el interior, las autoridades ocuparon la primera fila de los asientos y los invitados las de atrás. Frente a ellos había una pantalla donde fueron surgiendo gráficos, cifras y pictogramas. Cuando acabó la sesión se oyó hablar a la consejera desde detrás de la melena: "¿Alguna pregunta?". Aquella intervención con la cabeza vuelta le recordó al cronista un cuadro de René Magritte. Se produjo un silencio perplejo. Ante los informadores se alineaban los morrillos más importantes de la justicia andaluza. Era un panorama nunca visto. El cogote más elegante era el del presidente del tribunal, Augusto Méndez de Lugo, adornado con un festón de pelo escaso pero cuidado con esmero. La cerviz canosa del fiscal jefe, Luis Portero, recordaba a la de un patricio romano. Desentonaba, sin embargo, la testuz del delegado del Gobierno de la Junta, Jesús Quero, demasiado crespa. "¿Ninguna pregunta?", repitió Hermosín desde el revés. Nadie habló. El cronista nunca antes había preguntado a pescuezos y, por tanto, desconocía las convenciones. Eso sí, llevado por un insensato capricho infantil, reprimió las ganas de asestar un pescozón en cada occipucio de la primera fila.

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