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El saco a secas

Juan José Millás

No nos habíamos acostumbrado aún a las explosiones de las bombonas de butano, cuando el otro día, en una terraza de Padre Damián, estalló una bolsa de abono para los geranios. Razonamientos científicos aparte, la verdad es que hemos llegado a un extremo en el que todo puede saltar por los aires, incluso un inocente saquito de estiércol, fíjense. Desde que leí la noticia, no hay quien me haga pelar una patata: quién me dice que no se trata de un tubérculo-bomba enviado por el destino para arrancarme los dedos de las manos. Los dioses se han servido tradicionalmente del servicio de Correos para hacerte la puñeta, porque sus cartas siempre llegaban, aunque fuera con cuarenta años de retraso, a buen puerto. Pero la privatización en ciernes ha sumido al sector en un desasosiego laboral que crea mucha incertidumbre, por lo que los hados han decidido jorobarnos haciendo estallar sacos de abono y otros objetos cotidianos de apariencia inofensiva.Entre las cosas que a uno le parecen claramente detonantes, aparte de las patatas, están los tubos de la pasta de dientes y las pastillas de jabón. Sabido es que el destino golpea donde más duele: en el caso de uno, en los dedos, que son los órganos naturales de la escritura a máquina. Nada más fácil que hacer reventar el tubo del dentífrico en el momento en el que lo aprietas sin piedad para extraer su contenido. Y no digamos nada de la pastilla de jabón, que manejábamos hasta ahora con una soltura irresponsable, dejándola caer y golpearse contra la superficie dura del lavabo. No ocurren más desgracias porque Dios no quiere.

Otra cosa que estalla mucho en la imaginación es la tele, sobre todo desde que el mando a distancia se viene utilizando en los secuestros aéreos para hacer reventar la carga fantástica de Goma2 que el loco ha colocado en la bodega. Coge uno el mando para escapar de Málaga y de súbito le estalla Malagón. En el mando a distancia, como en los revólveres de la ruleta rusa, sólo está cargado uno de los botones, que no sabemos cuál es. Basta con presionarlo suavemente para que salte toda la familia por los aires. Tradicionalmente, el diablo cargaba las armas, pero ahora carga el mando a distancia, que se utiliza más. Estamos rodeados. A lo mejor, el saco de abono de Padre Damián explosionó cuando los vecinos del inmueble en cuestión pasaron de las noticias de un canal independiente a las de uno estatal, o viceversa: es imposible saber con quién están aliados los dioses en un momento histórico concreto.

Ahora bien, el destino sólo actúa de un modo tan sumamente arbitrario en las grandes ciudades. De hecho, el campo está lleno de sacos de abono que no han explotado jamás. La gente huye al campo los fines de semana porque allí se siente más segura. Yo mismo no pongo ningún inconveniente para pelar patatas en la sierra. Es más, me gusta, porque al arrancarles la piel me parece que las estoy desnudando.

Y no es que me lo parezca, sino que pelar patatas consiste justamente en quitarles la ropa, lo que resulta muy excitante: debajo del vestido oscuro, levemente terroso, hay siempre un cuerpo blanco y húmedo que da gusto acariciar con los dedos de escribir a máquina. En Madrid, desde lo de Padre Damián, ya sólo me atrevo a desnudarlas con los ojos.

Considerado así, como un problema individual, el asunto no tiene mayor importancia, pero finalmente son estos pequeños estallidos de la realidad los que van produciendo cambios culturales cuya evolución, a la larga, resulta imprevisible. A lo mejor, en la casa de los señores donde explotó el saco de abono ya no se habla del hombre del saco a secas (fíjense con qué facilidad estallan ahora las cacofonías), sino del hombre del saco de abono. -Si no te comes el filete, vendrá el hombre del saco de abono y nos reventará la casa.

El hombre del saco a secas se llevaba a los niños, pero el del saco de abono produce un daño colectivo. No sabe uno si es bueno responsabilizar a los más pequeños de la familia de catástrofes de esta naturaleza. Nada, en fin, es como antes. Lleven mucho cuidado con el tubo de pasta, o cepíllense los dientes en la sierra. De nada.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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