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Una ecuación larga y cargada de incógnitas

Enric González

Una incógnita, la más simple, está ya resuelta: Pasqual Maragall aspira a suceder a Jordi Pujol como presidente de la Generalitat. Ahora quedan todas las demás, las realmente difíciles. ¿Cuándo? ¿Con quién? ¿En qué condiciones? Maragall, un hombre complejo, deberá tomar las riendas de un partido no menos complejo, el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC). No satisfecho con eso, aspira a abrir las verjas socialistas hacia otros sectores de izquierda y de centro. La ecuación es larga y llena de incógnitas.El momento. Pasqual Maragall no sabe de cuánto tiempo dispone para resolver la ecuación. Eso sólo lo sabe Jordi Pujol, entre cuyas prerrogativas como presidente de la Generalitat está la de disolver el Parlamento y convocar elecciones. Acaso tampoco Pujol lo sepa aún. Un consejero de la Generalitat admite que el presidente puede parecer dispuesto a disolver por la mañana, dudoso a mediodía y seguro de agotar la legislatura a la hora de la cena. Pujol repite que, por ahora, piensa en marzo del año próximo como el momento adecuado. Pero en su propio partido se considera posible que espere hasta el límite (noviembre de 1999) y no imposible que convoque a los electores a finales de este año.

La fecha electoral depende de dos factores. Uno, confesado, tiene que ver con la evolución de la alianza entre Jordi Pujol y José María Aznar. Otro, inconfesable, es el factor Maragall. Hay quien aconseja a Pujol que convoque pronto, antes de que su gran rival pueda organizar un proyecto coherente. Otros, a quienes tal vez Pujol escucha con más atención, le aconsejan que espere, que dé tiempo a que afloren las contradicciones del socialismo y a que Maragall, carente de cargo institucional en que apoyarse, se agote de pedalear en el vacío en una campaña interminable.

El tercer hombre. Maragall había contado con la presencia de su viejo amigo Narcís Serra al frente del PSC. Y Serra sigue ahí. Pero no podía esperar la irrupción de José Borrell, el tercer hombre, un militante del PSC al que unas primarias han aupado al formidable pedestal de la candidatura a la presidencia del Gobierno. Borrell, popularísimo entre los mandos intermedios y las bases del partido, se muestra encantado y proclama que formará con Maragall un tándem imbatible.

No está claro que Maragall comparta ese entusiasmo. El ex alcalde de Barcelona no tiene en mente un proyecto nacionalista, pero sí lo bastante catalanista como para suceder a Pujol sin quebrar las vigas maestras del pujolismo; de izquierda, pero no tanto como para asustar al electorado centrista.De alguna forma, Maragall quiere captar votos de Pujol. Borrell, en cambio, aspira a movilizar a ese celebérrimo medio millón de electores urbanos que votan a los socialistas en las generales y que, desinteresados por la cuestión autonómica, se abstienen en las catalanas.

Cuestiones como la legislación lingüística o los límites de la autonomía catalana son potenciales focos de división. Esta incógnita tiene dos soluciones posibles y opuestas. Una: ambos se neutralizan mutuamente y van al fracaso. Dos: se complementan y arrasan.

'Capitanes'. Los llamados capitanes, un grupo muy heterogéneo de dirigentes territoriales y organizativos del PSC, pueden ser parte del problema y parte de la solución. Narcís Serra reina sobre el partido, pero hasta cierto punto son ellos quienes gobiernan, y más desde la irrupción de Borrell, en quien detectan a su líder natural. Como alcalde, Maragall acumuló desconfianzas hacia la federación barcelonesa del partido. La ecuación puede romperse si Maragall, como apunta, prefiere crear su propia plataforma y el partido se siente marginado. Si los capitanes, los hombres del aparato, se ponen disciplinadamente tras el candidato y movilizan a las bases, éste dispondrá de una formidable maquinaria electoral.

El Olivo. En su retiro romano, Maragall ha tenido ocasión de estudiar a fondo el fenómeno del Olivo, la supercoalición que dibujó un nuevo mapa político en Italia. El Olivo, que abarca desde los democristianos hasta los ex comunistas, se construyó sobre dos necesidades históricas: la de reconstruir tras el vendaval de manos limpias y la de empujar a Italia hacia la unión monetaria europea.

Cuando habla de centro izquierda y de una plataforma de amplio espectro, Maragall piensa sin duda en el Olivo. Pero ¿puede construirse eso en Cataluña? Los democristianos de Unió siguen con Pujol, los independentistas del Partit per la Independència (PI) -que formaron parte de la última coalición municipal de Maragall- son abiertamente hostiles a Borrell, y por el momento sólo los ex comunistas de Rafael Ribó se muestran abiertos a un pacto poselectoral. La apertura maragallista tendrá que basarse en independientes, neutrones libres y sociedad civil en general. Algo que por el momento no ha tenido gran éxito en un sistema partitocrático como el catalán.

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