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Blairmanía

SEGUNDO BRU El triunfo de Jospin en Francia, seguido por el éxito de Blair al acabar con dieciocho años de gobierno conservador en el Reino Unido, ha producido un cambio en el panorama político europeo que, tras la al parecer previsible derrota de Kohl a manos de Schröeder, se encara al próximo siglo con un renacimiento general de la izquierda en los gobiernos. Pero si en el caso de Jospin fue más la sorpresa de su inesperado triunfo electoral que su ya conocida posición política de socialista clásico francés, aunque escarmentado por la experiencia del desastre de los primeros gobiernos de Mitterrand y su primitivo estatalismo, en el caso de Blair se ha desatado un enorme interés por averiguar qué hay realmente en su ideario político de cambio, o incluso ruptura, con el pensamiento socialista contemporáneo para poder hablar de algo como la Tercera Vía, o la tercera fuerza, como también se la denomina. Quizás, para situar el contexto general, será oportuno recordar aquella vieja ocurrencia que rezaba así: "Niebla espesa en el Canal, el continente aislado". Porque para cualquier atento observador del movimiento socialista europeo, quien parece haberse quedado siempre al margen de cualquier cambio, de Kautsky a Bernstein, de la "revolución de la mayoría", que predicaba el último Engels, a Bad Godesberg, a Willy Brandt, o a Palme, pasando antes por el líder socialdemócrata sueco Wigffors, que consiguió aglutinar a una mayoría social que triunfó en las urnas 44 años consecutivos, ha sido siempre Gran Bretaña y su espléndido aislamiento. Y, por el momento, no parece haber excesiva novedad en los cambios que, a nivel programático y de acción de gobierno, ha introducido el hombre que ha conseguido llevar de nuevo al poder al Partido Laborista. Porque, más allá de ciertas boutades políticas, como considerar a Clinton próximo a la socialdemocracia, un socialista continental, español en este caso, puede legítimamente pensar en qué supera al pragmatismo de un González, o al posibilismo economicista de un Boyer o un Solchaga. Nadie negará a Blair el mérito de su éxito electoral, su condición de ser quien ha devuelto a un partido exangüe y desmoralizado como era el laborista, a las responsabilidades de gobierno. Pero conviene no olvidar que, a diferencia de España -donde el PSOE es el fundador de la UGT- en el Reino Unido son los sindicatos, las Trade Unions, las que crean su brazo político, el Labour Party. Que la ruptura entre partido y sindicato es posterior a la española aunque menos traumática puesto que, después del radicalismo verbal de Kinnock, tras una anacrónica huelga como la del carbón -que tanto contribuyó al éxito de la Tatcher- las Trade Unions estaban de capa caída y sin credibilidad social y electoral. Y que el tiempo será fiel cronista, ahí, en un típico movimiento pendular, por oposición y contraste con lo anterior, puede que acaben las pretendidas aportaciones de este patriota británico, como él gusta de calificarse, a un pensamiento bisecular que ya impregnaba el continente cuando Stuart Mill recorría su propio camino hacia la socialdemocracia. Decía un viejo profesor de economía americano que la actividad académica suele ser más sensible a las modas que la industria textil. Parece que ésto se traslada a la política y a los políticos. A mí, particularmente, este Blair me parece como Solchaga, sólo que más guaperas y sabiendo mucha menos economía.

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