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Sobre terrorismo, emigración e islam

La redada que han llevado a cabo las policías de cinco países europeos (Francia, Italia, Alemania, Suiza y Bélgica) contra el denominado «terrorismo islámico» como medida preventiva ante el Mundial de Fútbol me ha suscitado ciertas reflexiones que de manera inevitablemente breve quisiera reflejar en este artículo. Por supuesto, queda fuera del debate el incuestionable y legítimo derecho que los Estados tienen a protegerse del terror y su justificada necesidad de actuar contra los sospechosos de incurrir en el mismo (aunque los resultados, sorprendentemente, no respondan a las expectativas que motivaron tan sensacionalista acción). Son la manera y el marco en que se planteó la mencionada actuación policial los que me sugieren ciertas dudas, tanto por los efectos negativos que pueda generar en el seno de la emigración musulmana en Europa como porque constata el creciente desequilibrio que a favor de los intercambios policiales y en detrimento de los sociales, políticos o humanos están experimentando las relaciones euromediterráneas.Cuando una justificable movilización policial de tipo preventivo para garantizar la seguridad de un importante acontecimiento deportivo, venga el mal de donde venga, se convierte en una llamativa actuación en contra de un único objetivo, la amenaza islámica, se está induciendo a muchos ciudadanos europeos a pensar erróneamente que la fuente exclusiva del peligro les viene del mundo musulmán. En una Europa donde la crispación de ciertos sectores por la crisis social (paro, marginación, agresividad urbana) es alimentada por una recurrente presencia mediática de conflictos procedentes del mundo árabe islámico presentados como amenazas contra Occidente o sus valores (revolución iraní, guerra del Golfo, conflicto argelino, atentados en Oriente Próximo), las «puestas en escena» como la del 26 de mayo no invierten en el clima de serenidad que requiere la acción en contra de lo que es un problema cada vez mayor en nuestra Europa de fin de siglo: el desarrollo de las actitudes ultraconservadoras y xenófobas.

Desde luego nadie pretende pedir a los responsables políticos una percepción romántica del emigrante, porque sin duda hay problemas y conflictos que proceden o están relacionados con dicha comunidad que es necesario afrontar, sino una más profunda valoración de los efectos sociales y culturales que generan acciones de gran alcance mediático donde las amalgamas perjudican la imagen de toda una comunidad de individuos en su mayoría ajenos al conflicto en cuestión.

Efectos sociales que no se reducen sólo a la reacción de la sociedad de acogida, sino que, además de favorecer eventualmente la radicalización y alejamiento del inmigrante de la sociedad, ocultan y perjudican lo que la observación sociológica nos muestra desde los últimos años y que debería constituir un muy importante elemento de valoración para los responsables políticos que aspiran a cohesionar una sociedad pluricultural: que la consolidación de las segundas y terceras generaciones de musulmanes en Europa no sólo está motivando importantes transformaciones en la vivencia islámica de estos jóvenes (se sienten europeos, se asocian, reorientan su formación religiosa, redefinen las modalidades de sus actividades sociales), sino que esto está obligando al mundo musulmán a reconsiderar su forma de actuar y su posición intelectual con respecto a Europa.

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Lamentablemente, la lectura «totalizadora» y en clave estrictamente negativa que se realiza del cruce entre islam y política lleva de manera general a uniformizar las conductas individuales y a subestimar la importancia de las dinámicas de transformación en curso con respecto a la religión islámica (a pesar de que la historia del islam muestra que las maneras de ser musulmán varían sustancialmente en función de los contextos histórico y social), ocultando la relación moderna y diferenciada que las nuevas generaciones de musulmanes están desarrollando en el marco del islam y los beneficios que de ello pueden derivarse en las relaciones entre el mundo musulmán y Occidente.

El segundo aspecto relevante que se desprende de la reciente acción policial objeto de nuestro comentario es que ésta se ha presentado en un marco de cooperación euromediterránea, vinculada al parecer con la cumbre de Nápoles que una semana antes reunió a los ministros del Interior del Mediterráneo occidental. Asimismo, un mes antes, el foro mediterráneo reunido en Palma de Mallorca logró sus mejores resultados en el marco de la cooperación Norte-Sur en términos de seguridad y lucha antiterrorista. A eso se une el reiterado discurso del señor Netanyahu en torno a la seguridad y la lucha contra el terrorismo, supuesta justificación para su política de torpedeo del proceso de paz palestino-israelí.

Todo ello nos llevará a plantearnos con preocupación si esto es síntoma de que se va a ir tendiendo progresivamente a reducir la perspectiva política mediterránea a una estrategia de seguridad basada en la eliminación del denominado «integrismo islámico», porque no haría sino demostrar que las tensiones políticas internas y regionales en el Mediterráneo sur están sometidas a tal sobredimensión ideológica islámica que difícilmente se podrá responder a lo que son las verdaderas necesidades que hay que satisfacer en la región para crear un espacio de paz y estabilidad: las sociales y democráticas, así como las nacionalistas en el caso de Palestina.

En tanto que los aspectos político-sociales previstos en la declaración euromediterránea de Barcelona (sociedad civil, democratización, derechos humanos, intercambios culturales) avanzan con gran lentitud, las políticas de cooperación policial parecen encontrar un fácil consenso que no logran alcanzar los otros aspectos, aun cuando buena parte de las respuestas a la violencia se encuentran en éstos. Por ello resulta inquietante la perspectiva de que cunda la tendencia a desarrollar políticas basadas en una visión de la seguridad descontextualizada y aislada de la realidad sociológica de la región, porque, lejos de aislar a los violentos, contribuiría a la extensión de la radicalización. El principio de estabilidad global en el Mediterráneo y el proyecto de creación de una Carta por la Paz y la Estabilidad en esa región no debería construirse, pues, en función de alcanzar a priori percepciones comunes entre los socios euromediterráneos sobre las causas y origen de la violencia, sino en un análisis profundo de los mismos que afronte las discrepancias.

La violencia en el Mediterráneo ni es «irracional» ni «teológica»; por tanto, la abusiva y globalizadora denominación de origen «islámica» o «islamista» o de los «locos de Alá» no hace sino deteriorar aún más la referencia musulmana ante las sociedades occidentales y, de hecho, enmascarar múltiples formas de manipulación de la violencia y de la información con el fin de captar los dividendos de los miedos occidentales con respecto al islam y ocultar así situaciones de autoritarismo inaceptables para las sociedades civiles. Porque, en realidad, si la seguridad de Israel significa que no haya atentados de Hamás, la vía para lograr este fin es crear un Estado palestino soberano; si se quiere acabar con las acciones armadas de Hezbolá, habrá que desocupar sin condiciones Líbano, y, si se quiere poner fin a la violencia en el norte de África, habrá que valorar más seriamente los beneficios de las soluciones políticas verdaderamente pluralistas y de diálogo.

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

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