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Lars y su dogma

DÍAS EXTRAÑOSLars von Trier y Woody Allen son dos cineastas que no tienen nada que ver. Sin embargo, las teorías del director danés acerca de cómo han de ser las películas recuerdan poderosamente las órdenes que daba al final de Bananas el dictador triunfante. Unas y otras son una sarta de sandeces que sólo se diferencian en su intención. Mientras que el decálogo del tirano bananero pretendía hacer reír (una de las nuevas normas de la república consistía en que todo el mundo debía llevar la ropa interior encima de la ropa exterior), el del señor Von Trier va en serio. Como si no tuviéramos bastante con esos teólogos disfrazados de crítico cinematográfico que se pasan la vida diciéndonos cuál es el cine que hay que hacer, cuál el que no hay que emprender bajo pena de excomunión, cuál el que nos redime y cuál el que nos condena, ahora se descuelga el director de Europa y Rompiendo las olas con unos dogmas de fe absolutamente grotescos. De acuerdo, ya sé que hay temas más candentes con los que llenar esta columna: el juicio de los GAL, el Mundial de fútbol, la al parecer inminente conversión al hinduismo de Pere Esteve. Incluso en el mundo del cine hay asuntos de mayor peso que el decálogo del señor Von Trier (mismamente, la reanudación del rodaje de Terra de canons, de Antoni Ribas, que nos llena de gozo a todos sus admiradores), pero no lo puedo evitar: desde que leí en el último número de Cinemanía las ordenanzas de marras, estoy que me salgo. Y les aseguro que llevar la ropa interior a la vista me suena mucho más lógico que seguir las instrucciones de Lars von Trier a la hora de hacer cine. Observen: 1. "Los rodajes deberán realizarse siempre en exteriores". 2. "El sonido nunca podrá realizarse separadamente de la escena que se esté rodando". 3. "Todas las escenas serán realizadas cámara al hombro". 4. "Toda película tendrá que realizarse en color". 5. "La utilización de efectos de ilusión óptica o de filtros está terminantemente prohibida". 6. "Las películas no deberán contener escenas de acción gratuitas (asesinatos, armas, etcétera)". 7. "Está terminantemente prohibido cambiar fechas o nombres de lugares geográficos". 8. "No se admiten películas de género". 9. "Toda película deberá realizarse en formato Academy 35 mm". 10. "El nombre del director no aparecerá en los títulos de crédito". Del mismo modo que Ignatius J. Reilly iba a ver películas de Doris Day para ponerse de mal café y para que le corriera mejor la sangre, yo llevo una semanita que para recargar adrenalina releo el decálogo de Lars von Trier. De este modo observo, además, que todos sus puntos pueden ser respondidos con la siguiente pregunta: ¿por qué? Vamos a ver, ¿por qué no se pueden construir decorados?, ¿por qué hay que rodar en color?, ¿por qué no se pueden hacer películas de género? ¿Porque lo dicen usted y su amiguete Thomas Winterberg, señor Von Trier? ¿Y cuál va a ser su siguiente paso, pareja de orates?, ¿obligar a todos los cineastas del mundo a ponerse la ropa interior encima de la exterior? Oigan, ¿por qué no se van los dos al carajo? Como en todos los productos de una mente enferma (no olvidemos que Von Trier tiene miedo al avión y llegó a Cannes en un coche con una piragua a cuestas), el decálogo funciona in crescendo, consiguiendo que cada punto supere el delirio del anterior. Por eso el décimo mandamiento es el mejor de todos: está muy bien eso de prohibirle al autor que firme su obra. Especialmente porque, como recordarán todos los que vieron Rompiendo las olas, lo primero que aparece en pantalla es el nombre de Lars von Trier con letras de un tamaño descomunal. Quién sabe, tal vez esta contradicción es la prueba de que el decálogo no es más que un bromazo. Ojalá fuera así, pero, francamente, lo dudo.

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