Visitas
Trato de construirme una casa inviolable, para resguardarme del piensamiento único (de pensar con el pie: ergo fútbol) que, orquestado por el evento Mundial, empieza a ahogarnos a las minorías multiétnicas no balompédicas. He levantado las paredes con palabras escritas: las inquietantes de Cristina Fernández- Cubas en su primera obra de teatro, Hermanas de sangre (Tusquets); las contundentes que usa Ignacio Ramonet para prevenirnos contra La tiranía de la comunicación (Debate); las intimistas con que Elvira Roca-Sastre, amiga de mi juventud, me llega al corazón en sus Poemes (Turismapa); las reflexivas de Emilio Lledó acerca de la escritura y su materia, el tiempo, en Imágenes y palabras (Taurus).Paredes hechas de palabras y razones, que no consiguen sofocar el griterío de la visita deportiva. Y también un techo -cada teja, una música: todas las músicas, excepto los himnos patrios que cierran los desfiles y abren los partidos de fútbol-, que resulta también frágil como el cristal ante la goleada.
El fútbol saldrá, igual que entró, de mi casa-cabeza, pero puede que, gracias a las palabras y las músicas con las que me inmunizo, consiga retener asuntos que me importan más: la hipocresía de los grandes del mundo en la Cumbre sobre la Droga; lo repugnante, encarnado en el desfile diario ante el Supremo; ese Videla detenido (lección: nunca se entierra lo bastante hondo el pasado) por entregar ilegalmente niños, hijos de desaparecidas o cautivas, a otros padres (la serie de Tele 5 El súper acaba de incorporar el tema, con una visión progresista, como siempre). Y el informe de Cáritas sobre nuestros ocho millones de pobres, mayormente jóvenes, y las Siete Mujeres, como en película de John Ford, que en su valiente cabalgada por la vida acaban de cruzarse con un Príncipe de Asturias de Cooperación.
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