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FRANCIA 98

El infarto que salvó la cabeza del técnico

Algunos jugadores de Nigeria pidieron al dictador fallecido el despido de Milutinovic

Carlos Arribas

Bora Milutinovic ya tenía bien ganado a pulso el apodo de brujo. Su récord habla por sí solo: el técnico serbo-mexicano es el único de los 32 seleccionadores en Francia presentes que ha llevado a tres selecciones diferentes y de nivel deportivo indiferente (México, Costa Rica y Estados Unidos) a los octavos de final de un Mundial. No necesitaba, pues, un último milagro no deportivo para acrecentar su bien ganada fama. Pero se produjo. Sucedió el lunes. A primeras horas de la tarde llegó al Chateau de Bellinglise disfrazado de telegrama: el dictador de Nigeria, el general Sani Abacha había muerto, oficialmente víctima de una crisis cardiaca. La cabeza de Milutinovic estaba a salvo. Momentáneamente y por los pelos.El cargo de seleccionador en Nigeria es un puesto contingente. Milutinovic hace el quinto en la lista de los últimos cuatro años. Y ni siquiera los éxitos (la explosión de buen juego en el Mundial de EE UU, el oro en Atlanta) o las promesas que aventuran que Nigeria liderará la revolución africana en el fútbol mundial, son argumentos a los que se pueda agarrar un entrenador. El único punto de referencia sólido era, hasta el lunes, la voluntad del sangriento y corrupto dictador. Los Súper Águilas eran su equipo privado. Y los jugadores, sus niños mimados. Algunos, como sus hijos putativos. Éstos, los Amokachi, West, Kanu, Okocha, Babangida y Okechukwu, también educados en el estilo de los golpes de Estado y los motines, ya habían logrado hace un par de semanas, previa visita al palacio presidencial de Aso Rock, en Abuja, la nueva capital del país, reintroducir en la lista para el Mundial a los proscritos Rufai, Iroha y Eguaoven. Pero aquello era poco, su nuevo objetivo iba más allá.

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Cuando en la última semana, el primer rival de España en el Mundial sufrió dos goleadas consecutivas ante Yugoslavia (3-0) y Holanda (5-1), el clan más influyente de los jugadores creyó que las condiciones para el golpe estaban dadas. Justo después del partido con Holanda, el viernes pasado, recibieron en su hotel de Amsterdam a Jo Bonfrere, el técnico holandés que les condujo al oro olímpico. Allí, delante de las narices de un alicaído Milutinovic, charlaron y rieron en el bar. Poco después cogieron el teléfono y llamaron al palacio de Abacha. A sus cercanos les pidieron la cabeza de Milutinovic incluso antes del partido ante España. Al sustituto lo tenían al lado. A la espera de respuesta estaban, y filtrando la nueva a los periodistas, cuando la noticia que les llegó fue la de la muerte de su protector. Y no parece que en la lista de prioridades de su sucesor, el general Abdulsalam Abubakar, figure aún la selección de fútbol.

Los problemas con Milutinovic, conocido defensor del orden, y el trabajo en el campo, surgieron por la tendencia nigeriana a jugar con libertad. Con cuatro defensas (dos centrales y dos laterales ofensivos), un solo centrocampista defensor y un organizador, los cuatro delanteros jugaban a su aire. Hasta que en diciembre de 1997 llegó Milutinovic y les habló en chino: todos deben trabajar porque la base es recuperar balones. Ahora, el técnico, más pálido de lo habitual, mantiene la compostura. "No me siento amenazado", dice. "Todo eso son cuentos de los periodistas. No tengo presión".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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