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El último gran festival del siglo XX

Brasil y Escocia, la gran potencia y uno de los fundadores del fútbol, inauguran la Copa del Mundo

Santiago Segurola

Bien mirado, resulta muy conveniente que París sea el escenario del último gran festival del fútbol del siglo XX. Los ingleses inventaron el juego, pero los franceses lo organizaron y le dieron vuelo. A ellos se debe el nacimiento de la FIFA, de los Mundiales, de la Copa de Europa y del Balón de Oro. Ese sentido de la anticipación a los tiempos es de una naturaleza muy francesa, y no cabe extrañar, por tanto, que el partido inaugural (Brasil-Escocia) se dispute en un estadio con el diseño de un gigantesco platillo volante. Un mensaje del siglo XXI para el gran espectáculo del siglo XX. Tenían que ser los franceses.Como corresponde a la frontera finisecular en la que nos encontramos, el fútbol también está en una encrucijada. Es difícil saber si es huevo o gallina. Se acabó la idea del universo propio: el partido y las masas en los estadios. Aquellos tiempos son anteriores a una invasión que ha afectado severamente a la esencia del fútbol. La televisión y sus exclusivas hipermillonarias, las multinacionales que han puesto su ojo en una materia que interesa a todo el planeta, la comercialización incesante de aquello que era un juego y ahora es un producto manipulable. Todo son cifras, contratos, intereses, política, imagen, información, anuncios. Y dentro de esa desmesura, el pequeño reducto de hora y media: el partido. Es el signo de los tiempos, el siglo que viene, anunciado en este Mundial.

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Será un torneo excesivo, como corresponde. Excesivo en dinero, en equipos, en partidos y en duración. ¿Excesivo en juego? Probablemente no. Las dos últimas ediciones de la Copa del Mundo han sido decepcionantes, hasta el punto de que la última fina acabó con un empate a cero, prórroga y decisión en la rueda de penaltis. Es otro signo de nuestros días: el fútbol desconfiado y represivo. Y sin embargo, nunca este deporte ha generado tanto entusiasmo.

Quizá porque han muerto las ideologías y la religión, la sociedad necesita un sustituto que atempere la ansiedad de las masas. En su estado actual -amparado por la televisión, desnacionalizado, ofrecido como el primer objeto de consumo del mundo-, el fútbol es la alternativa perfecta para los poderes en declive. En este fenomenal barullo, qué importa si se juega mal o bien. Pues importa.

Con el número nueve de Brasil saldrá Ronaldo, y todos tendremos la esperanza de ver al nuevo Pelé o al sucesor de Maradona. Frente a los portavoces de la represión, Ronaldo representa un modelo antiguo. Tendrá el aspecto de un futbolista del próximo siglo, pero su papel es muy parecido al de todos los grandes del siglo que termina: un superclase ajeno a las tácticas que gana los partidos por su cuenta. Ronaldo representa la fascinación de lo diferente en un fútbol cada vez menos diferente. Por eso es tan enorme su éxito y también por eso es más necesario.

Es curiosa la dependencia del fútbol de hoy hacia los jugadores que menos se adaptan a las exigencias actuales. Ahora que hasta Brasil se ha vuelto hermética, Ronaldo, Del Piero, Zidane, Bergkamp, Ortega o Asprilla adquieren una importancia decisiva. No es extraño que algunos de ellos hayan sido rechazados en algún momento por sus clubes -Bergkamp en el Inter, Ortega en el Valencia, Asprilla en todas partes-, puesto que sus características no se ajustan a las demandas de los capataces actuales. Pero pregunten en quién confía Brasil, Italia, Francia, Holanda, Argentina y Colombia y dirán que en Ronaldo, Del Piero, Zidane, Bergkamp, Ortega y Asprilla.

Si resulta conveniente que el último Mundial del siglo se dispute en Francia, también es agradable que el partido inaugural enfrente a Escocia y Brasil. Es decir, uno de los equipos fundadores del fútbol y la gran potencia mundial, con cuatro victorias en la Copa del Mundo, con todo el glamour de sus estrellas y con todo el aparato escénico que rodea a su selección.

Nadie se atreve a dudar de la superioridad de Brasil frente a los rocosos escoceses. Les separa un abismo, a pesar de las recientes decepciones que han provocado los brasileños. En cualquier caso, la peor de sus selecciones siempre será favorita en la Copa del Mundo. Es evidente que hay un cierto desequilibrio en el equipo de Zagalo. "¿Quién enciende la luz en Brasil?", ha dicho el gran Rivelino. En el medio campo no hay jugadores creativos. Dunga tiene 35 años, Sampaio es un futbolista discretísimo, Giovanni -que jugará por la derecha- es un segundo delantero o un media punta y Rivaldo es un espíritu libre obligado actuar como interior izquierdo.

Mientras los brasileños discuten sus carencias -en un café de la rue Cambon, varios potentados brasileños gastaban ayer varias horas en considerar las posibilidades de su selección con un centro del campo tan disperso-, los escoceses se saben de memoria su papel: fútbol de choque, capacidad de sacrificio y mucha fe en el rápido y habilidoso Kevin Gallacher. Por cierto, este Gallacher es lo más parecido que tiene Escocia a los Ronaldos, Del Pieros, Ortegas y Bergkamps de este mundo.

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