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Mac DalíVICTORIA COMBALÍA

Victoria Combalia

"Port Lligat es uno de los sitios más áridos, minerales y planetarios de la tierra. Las mañanas ofrecían una alegría salvaje y amarga, ferozmente analítica y estructural; los atardeceres eran con frecuencia morbosamente tristes, y los olivos, brillantes y animados en las mañanas, se metamorfoseaban en un gris inmóvil, como plomo". Esta precisa e inspirada descripción de Port Lligat, hecha por el propio Dalí, aún se ajusta bastante a la realidad que el visitante puede contemplar en esta primavera del 98, una realidad que muchos desearíamos que no quedara en recuerdo. De momento, la apertura de la Casa Museo Salvador Dalí en Port Lligat se ha hecho con la mayor corrección posible, y el interior de aquella choza de pescadores, que originalmente perteneció a la Lidia de Cadaqués -la misma que creía encarnar la Ben Plantada de Eugeni d"Ors-, es ciertamente sorprendente. Y no defrauda. A los pequeños grupos que han conseguido entrar con cita previa y que son atendidos por amables y dispuestísimas azafatas, se les hacen cortos los 10 minutos de que disponen para ver cada grupo de estancias. El tiempo, como en una obra de Dalí, merecería ser más fluido y dilatado. Así podríamos degustar un poco más, pongamos por caso, el oso disecado de la entrada que lleva una barretina en una cesta y entre cuyos bastones aparece un magnífico ejemplar de arte negro... O descubrir la inmediata simbología que despierta la visión de dos palomas, una de ellas mordiendo frenéticamente la cola de la otra, flanqueadas por una lechuza: he aquí la voracidad y la sabiduría, una buena metáfora del propio mundo daliniano. Toda la casa invita a disfrutar de los detalles decorativos que constituyen, en sí, obras dalinianas o galinianas: las tres sillitas de medidas distintas con sendas chichoneras en sus asientos, los espejos como el de los Arnolfini estratégicamente colocados, las pequeñas cabras disecadas puestas junto a la cama y los armarios cubiertos totalmente de fotografías, caleidoscopio de su propia personalidad: aquí puede verse a Paul Eluard, Crevel, Duchamp y Harpo Marx. Pero también está Dalí con su padre, con Franco o con Dominguín. Y Dalí en múltiples portadas de revistas, desde que apareció en la del Time, en 1963. Para el especialista, hay que señalar la existencia de pequeñas esculturas en papel de estaño arrugado, no fechadas, situadas en una repisa del dormitorio: pequeñas maravillas. En cuanto a Gala, apodada proféticamente "madame tiroir-caisse" por André Breton, su presencia es decisiva, como lo fue en vida del artista. Hizo de la Sala Oval una mezcla de boudoir y de cuento de hadas: un banco corrido, que sugiere actividades más íntimas que las que explica la guía oficial, y un mundo femenino, nostálgico y onírico, con muñecos de peluche y miniaturas rusas, cojines orientales y fragmentos de rocas del cabo de Creus... A esta corrección de la casa de Dalí le han salido, como anunciando tormenta, varias nubes negras: por encima de todas ellas la de la guagua, quizá práctica, puesto que enlaza Cadaqués con Port Lligat, pero estéticamente insultante, imitación de los pequeños trenes del Far West y además pintada de rojo y amarillo. Para seguir con el efecto Disneylandia, en una caseta rotulada como "Estación" se extienden los billetes. ¿Acabará por convertirse Cadaqués en uno de aquellos lugares a los que ya no se vuelve porque han sido pasto de la degradación estética? ¿Será una de aquellas bellezas, como Obidos o Santorini, de las que uno dice "yo aún lo vi con relativa poca gente"? Sus visitantes más preclaros, sus mejores veraneantes, los amantes del Cadaqués de toda la vida están asustados, y han llegado a crear una asociación, llamada Procada, en principio destinada a alertar sobre lo que parece una irremediable mutación del pueblo. Otros, como el pintor David Martí -el hijo del escultor Marcel Martí y de Parvine Curie-, se lo han tomado con gran dosis de humor, imaginando sobre el papel un futuro helado: el "Mac-Dalí". Sin embargo, no habría que darle más vueltas: en todos los países civilizados existen, para estos parajes que son patrimonio del arte y de la humanidad, unas leyes protectoras y un comité de expertos que velan por la preservación ambiental y urbana de esas maravillas. De no hacerlo, tal vez perdamos para siempre uno de los rincones más bellos del Mediterráneo. Victoria Combalía es historiadora del arte y directora de Tecla Sala.

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