_
_
_
_
Reportaje:

Can Tusell: coexistencia multiétnica

En el mapa de Terrassa brotó hace 14 años un barrio singular, llamado Can Tusell, que viene a ser como la avanzadilla de lo que serán en el futuro los núcleos urbanos en los que habitarán ciudadanos de distintas etnias y culturas. Allí viven 2.158 personas sin que las diferencias que les separan representen mayores problemas de convivencia que los acostumbrados en cualquier otro barrio obrero de población autóctona. El 22% del alumnado de la única escuela pública, Font del"Alba, son hijos de magrebíes, otro 13% pertenece a la comunidad gitana afincada allí y los restantes son autóctonos, lo que constituye una buena muestra de la variopinta población de este polígono tranquilo situado al norte del Distrito VI de Terrassa. Al tratarse de un núcleo de 800 viviendas sociales, en Can Tusell han recalado familias de bajos ingresos y en algunos casos en situación de riesgo, entre las que hoy en día los inmigrantes procedentes del norte de África tienen un peso específico. El Ayuntamiento de Terrassa valora los buenos niveles de convivencia que se registran y destaca en este sentido la contribución que hacen las familias originarias de Marruecos que emigraron por razones económicas y que llegaron con deseos de trabajar y de adaptarse lo mejor posible a la nueva realidad. Sin embargo, llama la atención constatar sobre el terreno que casi nadie frecuenta las amplias zonas ajardinadas y los espacios comunes, diseñados seguramente para que fueran lugares de encuentro entre el vecindario, y que en la práctica actúan de frontera dividiendo el barrio en dos partes conocidas popularmente como Can Tusell de Arriba y Can Tusell de Abajo. La falta de problemas de convivencia a que alude encantado el concejal del distrito, Lucio Villasol, tal vez no es ajena a un propósito que no deja de ser preocupante y que los vecinos preguntados no ocultan: "Mantener el mínimo contacto posible con los demás residentes". El escaso interés por confraternizar con el resto de los habitantes se pone de relieve en bastantes detalles, como que Can Tusell no celebra fiesta mayor. El tejido asociativo brilla por su ausencia y las escasas entidades que existen funcionan bajo mínimos por falta de participación. Sirva de ejemplo la Asociación de Vecinos de Can Tusell, con tan sólo 60 socios, lo que en un polígono de 800 familias demuestra que las ganas de involucrarse en tareas colectivas están a ras de suelo. Los chicos que participan en el esplai son casi los únicos usuarios del gran parque central, de los mayores de Terrassa, donde pocos acuden pese a que en el barrio predominan las parejas jóvenes con niños pequeños a los que prefieren llevar a jardines más alejados. Can Tusell es uno de los siete polígonos que la sociedad pública Adigsa administra en Terrassa. Esta empresa también percibe la falta de interlocutores vecinales, hasta tal punto que se plantean organizar lo que los técnicos llaman "cursos de mediadores". El Ayuntamiento de Terrassa recrimina al Departamento de Bienestar Social, del que depende Adigsa, que no invierta allí tantos recursos como en los polígonos más mimados. Sin embargo, la presidenta de la asociación de vecinos, Piedad Ramírez, no escatima elogios al referirse al técnico de Adigsa que una vez por semana visita el barrio para encauzar las quejas de los vecinos relacionadas con las viviendas. El barrio está dividido por un gran parque y por la avenida de Béjar. Al intentar conocer la opinión que su propio barrio les merece, algunas vecinas cortan por lo sano: "Ponga que somos amas de casa y que no tenemos para comer". Con frecuencia, al referirse a las sombras salen a relucir el paro y las drogas del polígono construido por Incasol entre 1982 y 1984. El sentido cívico de los residentes queda en entredicho, por más que algunos insistan en que no se limpia bastante: el mobiliario urbano se rompe recién colocado y una marea de papeles planea al compás del aire mientras numerosas papeleras aguardan vacías sin cumplir con su cometido. Entre los motivos que inducen a una parte importante de familias a atrincherarse en sus viviendas marcando distancias con los demás inquilinos nunca se cita la pertenencia de sus convecinos a una determinada etnia. La mayoría está hipersensibilizada contra cualquier gesto que le haga parecer racista. Si se les pregunta directamente su opinión sobre la comunidad magrebí o de etnia gitana, responden sin dudarlo: "Mire, nosotros no somos racistas", dice una joven madre. Queda probado que las familias procedentes del norte de África se han ganado a pulso el respeto de sus vecinos. Con algunos miembros de la comunidad gitana se producen más fricciones. Muros invisibles En la escuela Font de l"Alba muchos escolares oyen en sus aulas las primeras frases en lengua catalana. Las clases se imparten en este idioma. Estudian árabe dos veces por semana como asignatura extraescolar. No faltan anécdotas motivadas por las diferencias culturales. El director del centro, Xavier Bardulet, cuenta la de una alumna de tercero de EGB que acudió a clase con chador. A sus compañeros les llamó mucho la atención y al menor descuido se lo bajaban, lo que motivó las quejas de los padres de la niña. Al final todos entendieron que lo mejor era no dar mayor importancia al hecho. Can Tusell no es ninguna excepción en un universo económicamente precario donde convivir casi nunca resulta fácil ni entre iguales. Frente a la diversidad de entrada se extreman las cautelas levantando muros invisibles para marcar distancias. Las escuelas tienen un papel altamente integrador en barrios como éste.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_