Bailando
En un futuro audible, el poder ya no se ganará en las urnas ni a primera sangre: se ganará a paso de fox-trot. Ocupar el palacio de Invierno, el de la Moncloa, el de la Generalitat, con zapatos de tacón de aguja y de charol, y dándole chupetones el lóbulo erógeno de la pareja es la revolución clarividente. Lo adivinó el alcalde de un pequeño pueblo, no en la consulta de una pitonisa, sino en la Casa de Cultura. El alcalde es perspicaz y cumplidor. Asistió, con algunos de sus vecinos más ilustrados, a seis conferenicas, y en las seis le dio el mismo dulce sopor que a sus vecinos. Ni el economista de prestigio, ni el sociólogo elocuente, ni los cuatro secretarios de imagen de otros tantos partidos políticos consiguieron espabilar del todo a su auditorio. El alcalde presentó una moción al pleno: aquello era cosa del pensamiento único y del tedio general. España se aburría, el pueblo se aburría y la Casa de Cultura era la casa de los disparates y de las fatuidades. Se aprobó por unanimidad: contratarían a un maestro de baile de salón. Intervino un solo concejal y se refirió al efecto 1984. George Orwell no se había equivocado: la democracia de ciudadanos diligentes no era más que una democracia de votantes obedientes. Una sociedad sin imaginación ni participación es un cuchitril de ropa-vejero. Aquí, dijo, solo hablan los portavoces, los conductores de programas histriónicos y los charlatanes y vendedores callejeros de hojas de afeitar que ahora se llaman comentaristas radiofónicos. En cuestión de meses, el pueblo baila valses, chotis, tangos y lo que le toquen. Como son muchos, han desalojado las dependencias municipales, con sus orquestas castizas o de charleston o melódicas; les siguen encandilados los guadias, los soldados y los niños. Pronto invadirán los ministerios. Sus titulares no saben qué hacer y terminan dándole al zorongo o al mambo. En unos días, llegarán a la Moncloa. El señor Aznar y su señora esposa Botella se despertarán sobresaltados y en camisón. Pero esta revolución no hay quien la pare. Son unas primarias de pulso y púa, de cuerda y viento. Después solo queda la Danza de la Muerte. Habrá que ceder el paso.
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