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Esplendor en la cancha

Miquel Alberola

Abrazo, apretones de mano,palmetazos en la espalda, bofetadas afectuosas y campechanía en general sobre la cancha, mientras los fans blandían el abanico al ritmo de la música de los Backstreet Boys en las gradas del pabellón de la Font de Sant Lluís. Un gran despliegue de móviles ardiendo presentía lo que estaba apunto de pasar. En las tribunas se repartían banderolas y en el centro del campo se movían algunas melenas platino cortadas a hacha, con traje chaqueta pastel y pañuelos de Givenchy. En el córner, el maestro coreógrafo, Jesús Sánchez Carrascosa, dirigía el espectáculo con polo a rayas braceando y de su batuta articuló los aguijonazos de la musiquita del PP, que es como el baile de San Vito en solfa. Entonces salió Rita Barberá por el toril embistiendo con la mandíbula abierta y aullando: Yeeeh. Tras de sí, Manuel Tarancón, vibrante, al que el gimnasio ya confiere elasticidad. En la partitura había unos minutos de aire, para enmarcar a Eduardo Zaplana como se merece. En la pantalla de vídeo del escenario se iluminó una tarta cibernética con tres velas e irrumpió el presidente con la hinchada entonando el cumpleaños feliz. Luego el trío saludó a la tropa y un mantenedor que sobreactuaba como si estuviese exaltando a una festera dio paso al espectáculo. Rita Barberá se puso lírica y explicó su gestión como si estuviese en la cola de una verdulería del Mercado Central, lo que conectó inmediatamente con el auditorio, al que iba inflamando con su voz agrietada mientras le explicaba que estaba plantando naranjas para que Valencia oliese a azahar. En el pabellon olía a victoria y Carlos Fabra mascaba chicle en primera fila mientras Rita se colgaba las medallas. Manuel Tarancón subió con la jovialidad que le han devuelto los abdominales. Puso en duda la gestión anterior y demostró que funciona mejor al ataque del contrario que en la defensa de lo propio. Había nacido una estrella. Tarancón enterró su habitual miedo escénico y en el eco de su discurso vigoroso, que Carrascosa aumentaba en volumen desde el control de sonido, quedaba un deje eclesial. Entonces apareció el Creador, Eduardo Zaplana, a los gritos de presidente, presidente. Mientras la pantalla salpicaba su intervención con la imagen de su mujer, hilvanó una exhibición de serenidad con algunos calambres muy electorales. El primer día creó el Plan de Choque. El segundo, el Mapa Escolar. El tercero, el Plan de Igualdad de Oportunidades. El cuarto, los Planes Especiales de la Tercera Edad. El quinto, el Plan de Modernización de la Administración. El sexto, se le amontonó el trabajo: la Autovía de Madrid, la de Somport, el Plan de Cuencas, la Ciudad de las Artes, la Ciudad de la Luz, el Monasterio de La Valldigna, la Universidad de Elche... hasta embriagarse de sí mismo. Y el séptimo, Terra Mítica. Cualquiera de estos proyectos justificaba una legislatura. O el Big Bang. Y el vozarrón de Francisco lo envolvió con el Himno Regional.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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