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16 años buscando al asesino

"Ya lo tenemos". Las tres palabras con las que la Guardia Civil de Tortosa comunicó a Jeroni Castell que el presunto asesino de su hermana Mari Carme estaba a punto de ser detenido sonaron con contundencia a través del teléfono. Después de 16 años, los investigadores habían dado con la clave que permitiría inculpar a Ramón Pascual Barranco del Amo como supuesto autor del crimen que la noche del 14 de febrero de 1982 conmocionó a los poco más de 5.000 habitantes de la población tarraconense de Ulldecona. Hasta el día de aquella llamada, a primeros de este mes de mayo, nadie había logrado reunir y conservar pruebas concluyentes que delataran al hombre sobre el que se cernían todas las sospechas. Algunos indicios encontrados tiempo atrás, considerados de gran importancia para esclarecer el caso, fueron sorprendentemente destruidos para desesperación de la familia de la víctima. Pero un mensaje anónimo enviado recientemente por un pariente de Ramón dio un vuelco decisivo a la historia. El sospechoso, que ha ingresado en la cárcel de Tarragona a la espera de juicio,tiene 41 años. Alto, de complexión fuerte, su carácter había despertado siempre cierto recelo en Ulldecona. "Es un tipo un poco raro y bastante violento, sobre todo cuando bebe", explica un vecino. "¿Ves esa pieza de mármol? Pues ese chico es aún más frío", añade otro. Ambos, como la mayoría de los ulldeconenses, recuerdan la muerte de Mari Carme, de 18 años, la segunda hija del conocido empresario y ex alcalde Jeroni Castell, acontecida una noche tras el baile de carnaval. El cuerpo sin vida de la joven, medio desnudo y con señales de haber sido objeto de agresión sexual, fue encontrado a la mañana siguiente por una niña de 10 años que paseaba con su padre cerca del castillo de Ulldecona, a pocos kilómetros del centro del pueblo. Un vecino, que como todos los demás exige el anonimato, recuerda la relación que había entre la familia de la víctima y la del presunto asesino. "Una de las hermanas de Ramón trabajaba en la residencia de los Castell como empleada de hogar. Este pueblo es muy pequeño, todos nos conocemos y nadie ha querido remover nada ni hacer comentarios ni preguntas". El silencio de estos años aún habría sido más espeso si Barranco no hubiera tenido nuevos incidentes judiciales. Uno de ellos le hizo perder su trabajo en una fábrica de muebles. El dueño estaba satisfecho con el rendimiento de Ramón, pero dos jóvenes presentaron sendas denuncias contra él por intento de violación. Algunos medios de comunicación locales relacionaron aquellas denuncias con el asesinato de 1982. Y los vecinos, también. "La gente ató cabos", recuerda una persona que ha seguido el caso desde el principio. Pero ¿y las pruebas? La piedra que utilizó el asesino para matar a la joven de un golpe en la cabeza había desaparecido. Los cabellos que se encontraron en las uñas de la víctima fueron destruidos en el Instituto de Toxicología de Madrid sólo un mes después del crimen. El acusado jamás confesó su culpabilidad en las múltiples declaraciones que hubo de prestar ante la policía. Ni siquiera confesó la semana pasada, cuando el testimonio de una de sus hermanas, que reveló que el día del asesinato Ramón había llegado a casa con los pantalones manchados de sangre, resultó clave para incriminarle. El acusado alegó que había encontrado muerta a Mari Carme y había movido el cadáver. Una explicación que, en todo caso, no concuerda con la hipotética coartada que él había extendido por el pueblo: que no mató a la chica porque él tenía novia y aquella noche estaba con ella. Pocos meses después del crimen, Ramón se casó con la hija de un guardia civil destinado en Ulldecona. Este matrimonio, ahora roto, que emparentó a Barranco con un miembro de las fuerzas de seguridad, sumado a la extraña desaparición de las pruebas, suscitó a lo largo de 16 años una oscilante marea de rumores aireados a media voz entre la población. El caso tomó nuevos bríos con la entrada en escena del catedrático de Medicina Legal y Forense de la Universidad de Sevilla Luis Frontela. Éste se presentó en 1993 en Ulldecona con un equipo de investigadores para realizar un necropsia a los restos del cadáver. El resultado de esas pruebas no trascendió y tampoco sirvió para incriminar a Barranco. En 1994, la familia de la víctima contrató al investigador privado Jordi Colomar. El detective entró en contacto con el sospechoso. La amistad entre ambos duró un año. La relación se rompió cuando Ramón, "que jamás bajaba la guardia", según fuentes de la investigación, receló de aquel amigo que con el tiempo había llegado a proponerle negocios ilegales y que cada vez le agobiaba más con sus preguntas. Una noche, antes de acabar de cenar en un restaurante de Sant Carles de la Ràpita, Ramón se esfumó con el pretexto de ir al lavabo. Colomar nunca lo volvió a ver. "Yo no digo que sea inocente ni culpable. Eso lo tiene que demostrar el juez, pero hoy por hoy, que yo sepa, aún no se ha probado que mi cuñado matara a esa chica", afirma el marido de Amparo, una de las hermanas del acusado. Otras dos, Nieves y Adela, así como uno de sus amigos de juventud, Juan Agustín R. O., están actualmente en libertad con cargos como supuestos encubridores del delito.

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