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El fácil arte de recrecer enanos

Por un momento ha aparecido en el horizonte una imagen que ya creíamos irrepetible porque data de la friolera de una veintena de años. Hubo entonces un partido que había ganado dos elecciones decisivas, tenía un líder indisputado y una labor de gobierno impresionante. Se empeñó, no obstante, en jugar a la ruleta rusa y logró lo previsible en esos casos: suicidarse. Es inútil tratar de discutir por quién está poseído por el vértigo de la autodestrucción, pero conviene hacerlo de todos modos porque esos casos no perjudican tan sólo a unos cuantos, sino a todos. Cuando UCD se autoinmoló, eso no mejoró al PSOE, sino que le dio facilidades gratuitas. Los años en que la derecha enarbolaba el pabellón de Fraga -un excelente modo de proporcionarse el pistoletazo en la sien- fueron aquellos en que el PSOE se permitió hacer más cosas de las que luego debiera haberse arrepentido.Todo eso no tiene un paralelo absoluto con el PSOE en el momento actual, pero existen semejanzas preocupantes. Lo que acabó con UCD fue, tras haber hecho bien lo más difícil, ser incapaz para lo fácil, la articulación del consenso interno. A partir de ese momento, algunos dirigentes confundieron la realidad con el deseo, no supieron ocupar el puesto que les correspondía ni tampoco retirarse a tiempo, se obsesionaron por disputas personales y acabaron por encontrar el mayor placer en la destrucción del adversario sin darse cuenta de que se estrangulaban con sus propias manos. A eso Emilio Attard le llamó "un canibalismo feroz" y ésa es, sin duda, una buena descripción.

El PSOE ha tenido la meritoria audacia de introducir una importante innovación -las primarias-, pero tiene un problema grave al que no se vislumbra solución inmediata mientras la disputa interna adquiere una acidez inusitada. La cuestión decisiva no consiste en cómo habló Borrell en el debate sobre el estado de la Nación o en por qué se dejó interrumpir, sino en el contenido, en especial en algunas presunciones que parecían derivarse de su discurso. Si Aznar ganó fue porque no sólo Blair no se hubiera expresado en esos términos, sino tampoco el propio González. El PSOE, por más que cuente con Nueva Izquierda, con esa actitud tiene, en mi opinión, perdidas las elecciones futuras. No hay que regatear méritos a Aznar, pero se le dejan las cosas demasiado fáciles y nunca es bueno para el ciudadano que eso le suceda a un político.

El PSOE podrá cambiar ese implícito programa, pero de momento asombra la circulación de adrenalina por su interior. Nadie -ni siquiera los propios protagonistas- recuerdan ya los supuestos motivos de fondo por los que se pelearon los centristas, a fin de cuentas minucias sobre el divorcio o la legislación universitaria. Pues bien, eso le sucederá un día a la polémica sobre las alianzas y/o las primarias. Es cuestión que habría debido ser solucionada sin asperezas y por consenso interno.

Pero no ha sido así, sino que hemos visto una eclosión de reproches envenenados en los que se hace compatible la confusión de la realidad con el deseo y la voluntad de apuntillar al adversario. Lo más asombroso es la supuesta resurrección de Alfonso Guerra, acompañada de su transfiguración como renovador de esencias democráticas. En realidad, no cumple otro papel que aquél que desempeñaron Fernández Miranda u Osorio, incapaces de darse cuenta de que la transición era como una carrera de galgos que de modo inevitable fue dejando a algunos de ellos en la cuneta. Después de haber averiado el socialismo a base de nepotismo familiar, Guerra parece empeñarse en hacérselo inviable a sus sucesores. El lector de su reciente Diccionario de la izquierda podrá encontrar, tras doscientas páginas pedestres, algunas perlas cultivadas en forma de melosidades al Che Guevara y severas admoniciones a Blair, identificado con el neoliberalismo. A eso se llama impermeabilidad a las lecturas, al paso del tiempo y a la renovación en general. Convertido en un pequeño saco de veneno letal para los suyos y en un sindicalista de los damnificados por la posible pérdida de coche oficial, Guerra puede convertirse para los socialistas en peor arrastre del pasado que el propio caso GAL, que ya es decir. Su caso recuerda el consejo que el laborista Clement Attlee le dio a un correligionario: "Sería aconsejable por su parte un prolongado periodo de silencio".

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