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Instintos primarios

Las primarias han pasado en breve lapso de tiempo a formar parte de la educación general básica del comportamiento político. Los ciudadanos han acogido con simpatía esta iniciativa, puesta en marcha por los socialistas, que les permite ejercitarse más a menudo en el sufragio, aunque sea un sufragio de andar por casa, para paliar los efectos de la devastadora sequía democrática que nos sacude de elección a elección. Cuatro años son una eternidad bajo algunos gobernantes y, en estos caucuses de nuevo cuño, el militante parte con la ventaja añadida de que el vencedor siempre será uno de los suyos, aunque no sea el suyo exactamente.A los votantes de a pie les produce cierta satisfacción, quizá morbosa, comprobar cómo los pesos pesados profesionales de las diferentes formaciones se ponen de los nervios y aguzan el filo de sus armas para competir en estas justas, convocadas a tambor batiente por la oposición, cuyos ecos comienzan a causar pavor en las filas gubernamentales. La moda de las primarias renueva los instintos básicos de los políticos y les obliga a estar siempre alerta, en campaña, vigilando también lo que sucede a sus espaldas, que ya no están cubiertas como antes.

Pero el éxito de estas probaturas no se circunscribe sólo al terreno político, y así hay quien se prepara para organizar comicios en otros órdenes de la vida. En este apartado se inscribe, por ejemplo, la iniciativa de una joven amiga mía, que piensa llevar su bien probado fervor democrático a su círculo más íntimo y acaba de anunciar la convocatoria de elecciones primarias entre su novio de toda la vida y un candidato nuevo que brotó hace unos meses en su horizonte sentimental con inusitada fuerza.

La decisión de Cristina no le ha sentado muy bien a su novio eterno, Joaquín, que, sin embargo, en un alarde de fe democrática, estuvo dispuesto desde el primer momento a presentar batalla, aunque se sienta paradójicamente desfavorecido por contar con el apoyo unánime de un aparato que hasta la entrada en liza de su inesperado rival controlaba satisfactoriamente la organización de la vida íntima de su dubitativa pareja.

El competidor además se llama Pepe y proclama a lo largo de esta campaña recién iniciada su fe jacobina. A Joaquín, que nunca se tuvo por supersticioso, esta coincidencia le tiene con la mosca detrás de la oreja. Joaquín y José, le decimos para consolarle, son dos nombres muy comunes, así se llaman Almunia y Borrell, pero también Leguina y Barranco, enfrentados a su vez en las vicisitudes de este juego que pusieron de moda los socialistas vascos, tal vez sin prever del todo sus consecuencias.

En las primarias de Cristina, otra coincidencia de nombres, los electores somos, por supuesto, sus amigas y amigos. A Joaquín le conocemos desde hace años y le queremos por ser un candidato trabajador y eficaz, honrado a carta cabal, cuya dedicación a la causa es ejemplar. Desde luego, nunca nos habíamos planteado otra opción para nuestra amiga, pero para ser honrados y mínimamente objetivos con su nueva propuesta, todos hemos asistido a un par de mítines de los que Pepe organiza para sus simpatizantes en un pub del barrio de Malasaña. En estas reuniones informales, Pepe derrocha carisma y expone de forma coloquial y sencilla su programa, cuyo primer punto garantiza la libertad de barra para todos los asistentes. Pepe es además un orador ameno y, aunque a veces se ponga un poco pelma hablando de números y presupuestos, nunca rechista a la hora de abonar la generosa cuenta acumulada.

Hasta hace unos días, Joaquín llevaba a cabo una discreta campaña a base de citas unipersonales para recordar a cada uno de los votantes viejos lazos de amistad. Según los primeros sondeos, parecía que estaba perdiendo terreno; pero cuando menos lo esperábamos ha dado un audaz golpe de mano, ha efectuado una maniobra maquiavélica en la que algunos hemos visto la mano oculta de Serafín, un amigo nuestro que hizo la mili en el Cesid con Perote y Manglano. El pasado viernes, Joaquín apareció en casa de Cristina llevando de la mano a Marisa, una chica monísima a la que presentó como candidata número dos para enfrentarse a su novia en unas primarias, que Cristina, por supuesto, se niega a enfrentar. La cosa se pone cada día más interesante. (Continuará).

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