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Las obsesiones privadas de Mitterrand

El presidente francés montó un servicio de espionaje para proteger la existencia de su hija Mazarine y ocultar su enfermedad

François Mitterrand era un gran personaje literario. De momento se han escrito ya decenas, centenares incluso, de libros que lo toman como protagonista, que hablan de sus amores secretos, de su pasado oculto, de sus negocios turbios, de sus fidelidades incomprensibles. De momento puede que ninguno esté aún a la altura del fallecido, pero cada vez hay más datos que redondean la inquietante, compleja y misteriosa trayectoria humana y política del monarca republicano que dirigió Francia entre 1981 y 1995.El llamado caso de las escuchas telefónicas -más de mil personas fueron espiadas por los servicios secretos presidenciales, por una alegal célula del Elíseo- es un buen ejemplo de lo que era capaz de hacer Mitterrand. Edwy Plenel, director de la Redacción de Le Monde, figura entre las personas cuyas conversaciones fueron interceptadas. Se ha querellado, pero la instrucción del sumario parece empantanarse. El primer ministro, Lionel Jospin, no se decide a levantar el secreto que pesa sobre todas esas escuchas alegales. A Plenel eso le decepciona: «Prometió hacerlo. Ahora se diría que protege al Estado. Cuando alguien quiere tener una dimensión de hombre de Estado no puede comenzar por tenerle miedo a su maquinaria».

La célula del Elíseo, en activo hasta 1988, tenía como misión informar y proteger al presidente. Dos temas la ocupaban obsesivamente: la enfermedad de Mitterrand y su doble vida, es decir, sus amores con Anne Pingeot y la existencia de su hija Mazarine. «La cuestión de Mazarine corresponde a la esfera de la vida privada, pero la enfermedad era un tema de salud democrática. El mandato presidencial en Francia es muy largo -siete años-, y es normal informar de la salud de quien manda. Si a partir de 1988-89 Francia pierde peso frente a Alemania, no es sólo debido a la reunificación. En esa época, Mitterrand ya sólo podía trabajar de una a dos horas al día. El dolor y la muerte le obsesionaban. Era incapaz de proyectarse en el futuro. Sin duda, eso influyó en que negociara mal con Kohl», afirma Plenel.

El espionaje cesó cuando Mitterrand logró ser reelegido. Enfermo desde el otoño de 1981, nadie supo de su cáncer de próstata hasta 1990. De la misma manera, Mazarine apareció en público cuando el propio presidente decidió comenzar a desvelar los secretos de su pasado y dirigir la reescritura del mismo.

«Los presidentes franceses se han comportado como los ministros que fueron», dice medio riéndose Plenel. «Chirac sigue siendo ministro de Agricultura, como Pompidou nunca fue presidente, sino siempre primer ministro, o Giscard no supo abandonar los tics de un ministro de Hacienda y De Gaulle los de un general. Mitterrand siempre sintió querencia por Interior, por lo que había sido».

Un grupo de militares y funcionarios devotos trabajó para él al margen de toda norma. «El primer presidente de la Comisión Nacional para la Intercepción de Escuchas criticó las irregularidades de la célula, pero era la propia célula la que era irregular». Que existía lo sabían unos pocos, pero no figuraba en ningún organigrama. «En democracia, los servicios secretos mantienen actividades ilegales, pero son creados por decreto, tienen un jefe que nombra el Consejo de Ministros. La célula del Elíseo quedaba al margen de todo eso. Es la tradición de la monarquía absoluta, un servicio privado del rey, aquí presidente».

Al margen de anécdotas -¿por qué espiaban a la actriz Carole Bouquet?, por ejemplo-, el caso trasciende ampliamente la trivialidad en que han querido sumergirlo las revistas del corazón. «Hay derechos del individuo que están por encima de los derechos del Estado. El derecho a la información, a la libertad de información, tiene que primar sobre los intereses de la policía. Mitterrand espiaba a los periodistas para preservar su vida privada y ocultar el estado de su salud».

Hoy el juez topa con la fidelidad de los antiguos funcionarios para con el presidente muerto. Jospin da largas, pide aclaraciones o pone condiciones imposibles, como que el juez le desvele el sumario secreto para él poder decidir en qué casos acepta desvelar el secreto y en cuáles no.

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