Alternancia
Telefoneé a una agencia matrimonial el lunes y me dieron cita para el miércoles, lo que me pareció un buen augurio, porque yo siempre hago las cosas a días alternos: lunes, miércoles y viernes. O martes, jueves y sábados. Tuve que rellenar un formulario donde me hacían preguntas íntimas, prohibidas por la Constitución, pero una señorita muy amable me aseguró que necesitaban saberlas.-Imagínese que es usted cristiano y le ponemos una esposa mahometana. O que es vegetariano y le presentamos a una mujer carnívora. La convivencia sería imposible. Mahometana y carnívora, pensé para mis adentros siendo víctima de una excitación sexual insólita.
-Ahora -dije para disimular-, gracias a la experimentación genética, se pueden fabricar ratones con orejas en la espalda.
-Eso no tiene nada que ver -dijo la señorita amable.
Me retiré avergonzado a un saloncito contiguo dispuesto a rellenar el formulario, que era extensísimo. Después lo repasé y me di cuenta de que había creado a un individuo que no tenía nada que ver conmigo. Puse que me gustaba el cine, la literatura y la cocina vasca, además de que era muy religioso y que detestaba la televisión y el tabaco. Me daba apuro que la señorita se diera cuenta de que no había dicho una sola verdad, pero ni lo miró. Por lo visto, de eso se encargaba un ordenador que cruzaba los datos y hacía coincidir a los mahometanos con los musulmanes y a los herbívoros con las coles de Bruselas.
Al salir a la calle me sentía como un hombre nuevo. Vi una iglesia, entré y recé dos padrenuestros con tres avemarías. Después compré varias novelas clásicas que hojeé en un restaurante vasco que hay al lado de las Cortes. Durante el primer plato me pregunté si yo mismo no sería de Bilbao, pero el camarero me aseguró que no tenía acento. Es cierto que podía haber venido a Madrid muy pequeño, como un amigo de la infancia, también jubilado y viudo, nacido en Rentería y que ha pasado toda su vida aquí. Pero me pareció más variado ser de otro sitio, aunque al principio no fui capaz de decidir de dónde. Luego me vino a la cabeza la idea de ser de Colombia, una cosa absurda, ya lo sé, pero pensé que a cualquier mujer sensata le resultaría muy atractivo un colombiano maduro, residente en Madrid, y aficionado a la cocina vasca. Todo ello por si fallaban las inclinaciones religiosas y la afición a la literatura.
Llegué a casa en un estado de optimismo nuevo para mí. Lo primero que hice fue esconder la televisión en un armario. Por mi gusto la habría tirado a la basura, pero pensé que a lo mejor por la noche me volvía la otra identidad y necesitaba conectarme. Pasé una tarde estupenda, sin ardor de estómago ni regurgitaciones, y a eso de las once me metí en la cama como un colombiano culto, no sin antes rezar unas oraciones. Ya entre las sábanas leí uno de los libros que había comprado al salir de la agencia y me entró el sueño sin necesidad de pastillas.
Al día siguiente, que era jueves, recaí en mi anterior personalidad y estuve no sé cuántas horas en el bingo, fumando sin parar y padeciendo fantasías eróticas insoportables con mahometanas carnívoras. Cuando volvía a casa, pasé por delante de una iglesia y escupí en vez de persignarme. Luego vi la televisión hasta que me hizo efecto el ansiolítico y me quedé dormido en el sofá. Fue horrible. El viernes, al volverme la personalidad colombiana y culta, comprendí que estaba condenado a ser una cosa los lunes, miércoles y viernes, y otra los martes, jueves y sábados. Todo en mi vida ha funcionado a días alternos, y creo que ya soy mayor para cambiar. Los domingos, que quedan fuera de esta disposición horaria, no cuentan: los paso en una especie de limbo, las cosas no son ni carne ni pescado.
A la semana siguiente me llamaron de la agencia para presentarme a una mujer que encajaba con mis preferencias colombianas, pero era martes y dije que tenía que ser mahometana y carnívora o que se olvidaran. El miércoles telefoneé yo, pero la señorita me pidió que no volviera a aparecer por la agencia y colgó. Me han tomado por un psicópata.
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