O sea
Charles P. Scott, que dirigió en Inglaterra el Manchester Guardian desde 1872 hasta 1929, dijo, aunque con palabras más de su época, que la función de un buen periódico y, por extensión, de un buen periodista consiste en observar los acontecimientos cotidianos, manteniéndolos en su proporción, y contextualizarlos para comprender las conexiones que existen entre sus causas y sus consecuencias. Por mucho espacio que ocupe en los diarios, televisiones o programas radiofónicos, ¿es la pugna Almunia-Borrell, y el escenario de cuentas sin saldar que aparece detrás, lo más importante que nos está ocurriendo? No: se trata, sólo, de lo más desproporcionadamente contado. En primer plano no faltan un par de tragedias: el contagio de hepatitis C que se ha producido en Valencia y el desastre de Doñana y sus tierras y gentes circundantes. En ambos casos, es el ciudadano quien sufre las consecuencias. En ambos casos, nos sentimos impotentes.
Y es para que nos defiendan en los momentos de impotencia para lo que, fundamentalmente, elegimos a los políticos. Para que gestionen nuestro bien y eviten nuestro mal, no en aquellos ámbitos que dependen de nuestros medios, sino en los que pertenecen a la responsabilidad pública, que incluye también la obligación que tienen de que el interés privado no perjudique al bien común. ¿A nadie se le ocurrió que podía resultar nefasta una empresa sueca a la que no quieren en su país y tiene que irse a contaminar a Chile o a la India? ¿Y quién pone en práctica planes de choque sanitarios a cualquier precio?
Contextualizando, podría decirse que el hecho de que los políticos de un partido u otro se pasen el día discutiendo repercute no poco en el abandono de asuntos capitales que deberían tenerles ocupados. Y mudos.
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