El presente griego
Las primarias del PSOE, durante algún tiempo, darán que hablar. Los que creían que no era más que un recurso retórico, un instrumento de lucha interna, simple aggiornamento sin interés para el común de los votantes, se verán obligados a rectificar a la vista del éxito obtenido. Por el contrario, quienes hace ya años expusimos por escrito nuestra posición favorable, comprobamos con indisimulada satisfacción como se cumple una primera apuesta: que las primarias podrían ser -como en efecto, han sido- un factor de movilización interna, esperanzador ante el descrédito de los partidos y, más concretamente para un PSOE convaleciente tras las sucesivas derrotas electorales de los últimos años. Pero ese don augural, aquí impúdicamene autoexhibido, obliga a otras apuestas más arriesgadas porque, con el paso del tiempo, cuando las primarias dejen de ser un acontecimiento festejado jubilosamente por los media, magnificado por una prensa ávida de novedades y por todos aquellos que permanecen a la espera de alguna señal de lo alto... y se conviertan en una regla estructural del funcionamiento de los partidos, entonces, habrá que hacer frente a otros efectos más duraderos y a las transformaciones que, sin duda, están llamadas a producir. Se requiere, pues, un ejercicio de imaginación. Las primarias no son un mecanismo de control, ni un mero factor de democratización. Son la expresión de dos lógicas contrapuestas, la orgánico-partidista y la democrática-electoral. A medio plazo, una y otra son incompatibles, aunque la segunda, indefectiblemente, termina por imponerse a la primera marcando el camino de sus transformaciones. Con la implantación de las primarias internas lo que se está diciendo es que el momento electoral, y en él, la selección de candidatos, es tan importante o más que la fijación de un programa y la acción partidista para su administración. Supone el fin de una concepción de partido elitista cualquiera que sea la raíz de ese elitismo, leninista o no. Supone la transformación del partido como portador de una visión del mundo que ofrecer, para contentarse con ser una organización que se ofrece como instrumento del mundo exterior. Supone borrar las fronteras de una identidad marcada por una ideología de la que se dice portador para convertirse en un instrumento que conforma su ideología desde la respuesta democrática de los electores. Las primarias anteponen el valor de las personalidades a la de los colectivos, la imagen a la idea. Suponen una opción entre lo orgánico y lo individual, una apuesta por cierto individualismo, la elección entre programa y credibilidad, entre lo programado y lo incontrolable, el contraste entre lo colectivo y lo individual, entre el cálculo y lo impredecible. Esto es mucho cambiar. Pero no es todo. Porque si ésta es la lógica, las primarias no podrán quedar reducidas durante mucho tiempo al interior de los partidos, ya que el titular del derecho de voto no es el militante sino el ciudadano en general. Si las primarias se redujeran al interior de los partidos se abriría inevitablemente un periodo de inestabilidad cuyas consecuencias no son difíciles de conjeturar, porque, ¿qué legitimación democrática prevalecería, la procedente de los congresos, también democráticos, o la de los candidatos? La autoridad de éstos, ¿está en vigor mientras ganan las elecciones, o la pierden si fracasan? Si el dirigente partidista gana las primarias ¿no refuerza su posición acentuando aún más su control sobre el partido? Y si las pierde, ¿no se abriría una dualidad de poder, presidido por dos lógicas diferentes, que puede desembocar en bloqueo, si no en lucha intestina? ¿Cuál es el ámbito competencial de cada uno? Las respuestas a estas preguntas habrá que escribirlas, ya desde el principio, apelando a un gran sentido de la responsabilidad. Pero es evidente que se ha entrado en una etapa nueva donde el eje de la acción partidista es saber lo que piensa y lo que quiere el electorado, el establecimiento de un diálogo abierto entre partido y electorado, y si esto es así, ¿a qué se espera para articular todo el proyecto político en torno a este crucial objetivo? Todo lo que sea lucha interna para obtener posiciones de poder en el partido es el pasado. ¿A qué se espera para alcanzar en el partido una amplia alianza electoral? Es tan viejo como el mundo. Como aquellos orgullosos troyanos que, confiados en el poderío de sus murallas, bajaron hasta la playa para comprobar la retirada de las naves aqueas y, desoyendo los malos augurios, encontraron en aquel caballo de madera un presente de los dioses, introduciéndolo en la ciudad, así los asediadores de los antiguos aparatos del partido han introducido un sistema cuyos efectos serán demoledores. Y con ellos, tal vez, la esperanza de construir una nueva cultura. Porque, en el fondo, ¿quiénes tenían razón?, ¿los troyanos o los griegos? Y, por otro lado, ¿a quién podríamos llamar Ulises?
José Asensi es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Alicante.
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