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El PSC tras las primariasFRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

Las elecciones primarias realizadas por el partido socialista llevan trazas de producir un impacto profundo en todos los partidos españoles, aunque, como es obvio, de manera muy especial, pero con influencia distinta, en el PSOE y en el PSC. En efecto, las primarias han puesto de manifiesto el protagonismo del militante e incluso el del simpatizante -el PSC reclutó aquel día a 400 nuevos militantes y a 15.000 simpatizantes-, y todas las organizaciones políticas se verán obligadas, a la corta o a la larga, a modificar sus secretos y opacos comportamientos actuales para irse poniendo al día como parece estar haciéndolo el partido socialista. Además, las primarias no son sólo el fruto de una especial coyuntura de los socialistas, sino que obedecen a causas más profundas ligadas a notorias insuficiencias de la vida democrática en España y más allá de España. Para ser auténticos elementos de democracia, los partidos necesitan oxigenarse, estar en contacto con la sociedad y aumentar la representatividad de sus direcciones: ello es una necesidad en toda Europa occidental. Además de este impacto genérico en la vida política española, es también obvio que el triunfo de Borrell imprime no sólo un cambio en las relaciones de poder dentro del PSOE, sino también un giro en la posición ideológica de dicho partido. Lo formularon muy sutilmente ambos candidatos: Almunia decía que estaba en la izquierda del centro y Borrell decía que estaba en el centro de la izquierda. Posiciones, si bien se mira, muy distintas. Pues bien, cuando el militante ha hablado, ha ganado Borrell. Significativo. Dentro del PSC el triunfo de Borrell tiene, además, unas connotaciones específicas. Para entenderlo hay que partir de un hecho incontestable: Borrell ha obtenido el 83% de los votos de los militantes, casi 30 puntos más que su media española. Es un voto diferencial respecto del resto de España de una magnitud tal que debería hacer meditar profundamente a la parte de la dirección socialista catalana que lo ha marginado creyendo -no casualmente de forma idéntica a los nacionalistas- que Borrell no comprendía bien la manera de ser catalana. ¡Caramba! Si no entendiendo a Cataluña obtiene este porcentaje, ¿qué resultado alcanzaría de haberla comprendido? ¿No será, por cierto, que es precisamente este sector del PSC que con un catalanismo desfasado, exactamente el de hace un siglo, no entiende a la muy transformada Cataluña actual y es él quien, hace ya años, se margina? No hay duda de que sería simplificar mucho decir que el voto masivo a Borrell en Cataluña debe ser leído únicamente en clave derechas / izquierdas y nacionalismo / no nacionalismo. Obviamente, ello no es así: los motivos para votar a Borrell son más complejos. Pero no es menos real que buena parte de los ataques de que ha sido objeto le han venido por su posición de izquierdas o por su confesado no nacionalismo y, no obstante, no ha tenido inconveniente en votarlo el 83% de los militantes catalanes. Algunas consecuencias, pues, habrá que extraer de este porcentaje. Porque, ciertamente, otra parte de la dirección del PSC -el llamado, genéricamente, sector de los capitanes- está en la línea de Borrell y explícitamente le ha apoyado en las primarias. Sin embargo, a la vista de los resultados, este sector no parece tener un peso proporcional a su fuerza real en los centros de decisión de los socialistas catalanes, cuyos órganos de dirección son todavía muy tributarios del PSC de hace 20 años, no sólo por su composición, sino por el tono de su discurso oficial. Y ahí es donde, tras el triunfo de Borrell, debería hacerse un ajuste; más que en las personas, en la misma estrategia política. Es sabido que en el seno de la dirección del partido se dan tres tendencias principales: la que podríamos denominar catalanista, con Obiols y Nadal a la cabeza; la sociovergente, cuyo principal impulsor es Maragall, y la de los capitanes, al frente de la cual está Sala. No son bloques cerrados ni definidos nítidamente, pero, desde el exterior por lo menos, sirven para entender la política interna del PSC. La primera tendencia parece estar hoy en retirada y el futuro del partido se juega entre las otras dos. Tras los resultados del viernes pasado, ciertamente el sector de los capitanes aparece reforzado -confirma la tendencia que se comenzó a ver en el congreso de Sitges de 1994- y el inevitable y positivo entendimiento entre Borrell y Maragall debe pasar por una no fácil síntesis entre las posiciones y los estilos de ambos: Maragall renunciando a la sociovergència y los capitanes flexibilizando las estructuras del partido. De esta manera, la nueva política podría estructurarse sobre dos ejes principales. Primero, trazar un modelo de país que reflejara la diversidad social, cultural y lingüística de la Cataluña de hoy: es decir, iniciar un debate mediante el cual se prefigurara un nuevo catalanismo, el adecuado a la Cataluña actual, por supuesto totalmente distinto a la homogeneidad nacionalista. Segundo, renovar el partido utilizando la ola de entusiasmo que han desatado las primarias y basar la estrategia electoral en estructuras partidistas más flexibles que las actuales. Esta nueva estrategia tendría como finalidad principal que participara en las próximas elecciones autonómicas -que ahora es posible que Pujol retrase al máximo- el bloque social que tradicionalmente se abstiene en ellas y, en cambio, ejerce el voto en las generales y las locales. Además, tras el ejemplo de Borrell en las primarias, Maragall debería abandonar su actual táctica de hacer política de salón desde su exilio italiano. Un líder político debe bajar a la arena y arremangarse. A tenor de sus declaraciones posprimarias, quizá ya se ha convencido de lo mal informado que estaba cuando, hasta hace menos de una semana, aún decía que en Cataluña no veía deseos de cambio. Son los políticos quienes deben encabezar e impulsar los cambios -como Borrell ha demostrado- y no esperar que éstos sucedan para después montarse encima de ellos. Maragall provocó el entusiasmo de los catalanes cuando expresó su júbilo dando saltos en el momento de saberse la designación de Barcelona para los Juegos Olímpicos de 1992. Algún gesto significativo, obviamente distinto, aunque similar en la intención, debe hacer Maragall desde Roma para que en Cataluña se produzca una dinámica positiva de adhesión al nuevo proyecto que debe encabezar. Es él quien debe generar entusiasmo, no son los ciudadanos de Cataluña o sus compañeros de partido quienes deben entusiasmarle a él. Tras las primarias, hay unanimidad en decir que los militantes han dado una lección a sus dirigentes. ¿Habrán entendido éstos, por una vez, el mensaje?

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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