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Tribuna
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Señor Aznar, déjese votar

En el libro titulado De jardines ajenos, Adolfo Bioy ha recogido frases de sabiduría popular o citas literarias exquisitas que le llamaron la atención a lo largo de su vida. Algunas de ellas son desternillantes, y otras, sabias, pero las mejores, sin duda, son las que merecen estos dos calificativos a un tiempo. Éste es el caso de un "insulto italiano" que recoge y que se resume en tan sólo tres palabras: "Figlio della cooperativa". Es difícil imaginar una invectiva más malvada: presupone en el que lo recibe no sólo la falta de virtud en la madre, sino el radical anonimato en la paternidad, por abundancia de candidatos. A todo ello se suma la impresión ambiental de sordidez, parquedad en el disfrute y ubicación poco confortable. Realmente, quien reciba este insulto tiene derecho a una respuesta contundente.

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No quisiera parecer hiriente, pero es necesario preguntarse hasta qué punto los líderes políticos no suelen ser, en cierto sentido, "hijos de la cooperativa", entendiendo por, tal una minoría reducida de barones que, en cabildeos ocultos a la mirada de los ciudadanos, decide algo de primera importancia para ellos, como son los términos mismos de la elección a la que en su momento se les someterá.

Las primarias constituyen un procedimiento de proporcionar publicidad, acompañada de debate, a este proceso, tanto más necesaria cuanto que los sistemas de partidos en los últimos tiempos han evolucionado en un sentido cada vez más oligárquico. Lo que especialistas como Pannebianco o Von Beyme han denominado como partido "profesional-electoral" o "posmoderno" se caracteriza por un componente ideológico escaso, un acusado personalismo, una profesionalización absoluta en el sentido de que las cúpulas dirigentes no han ejercido otra actividad en su vida, una modesta participación interna y, en fin, una penetración que bordea lo abusivo sobre el aparato estatal. Todos estos rasgos corresponden a tendencias crecientes y que pueden ser muy graves, en especial teniendo en cuenta que las constituciones les atribuyen la condición de "instrumento fundarnenta" -son palabras de la nuestra- para la participación ciudadana. Si hay algo en la democracia de fin de siglo que es preciso reformar es, sin duda, la vida de los partidos: su financiación, el ejercicio de la democracia interna o los límites de su influencia (por ejemplo, en las cajas de ahorro y organismos semejantes).

El ensayo de unas primarias no es una panacea y no convierte en héroes a quienes es muy posible que en gran parte las hayan convocado como procedimiento para resol ver un problema estratégico. Pero señala un antes y un después en la política española y constituye un mérito del partido que ha iniciado este procedimiento, destinado a computarse, sin duda, en su activo. Afirmar lo que precede no nace de una actitud partidista: quien suscribe ha votado poquísimo al PSOE (y no, desde luego, en la última elección). No puedo comprender muchas de las argumentaciones que en estos últimos días se han esgrimido en contra de las primarias. Estas no crean facciones, sino que resuelven entre ellas. Sus únicos inconvenientes residen en que no dejan participar a los simpatizantes y emplean en campa ñas un tiempo excesivo. Pero su balance es, de entrada, muy Positivo.

El PP debiera responder a este reto anunciando que también elegirá este procedimiento para seleccionar su próximo candidato a la presidencia del Gobierno. Algo muy característico de la mejor derecha es adelantarse a los cambios inevitables, y en este punto, porque las primarias lo son, se debieran asumir como un reto que proporcionaría los mismos dividendos que a sus adversarios. A fin de cuentas, el mismo Aznar fue quien, limitando su propio tiempo de permanecer en la presidencia, estableció una innovación de talante regeneracionista. Se solucionaría con las primarias el problema más grave que ha tenido una de las principales tendencias ideológicas en nuestro país: la sucesión en el liderazgo. Las primarias, además, constituyen un sistema de asegurar supervivencias políticas tras una derrota que muchas veces jubila a los vencidos. Y, en fin, Aznar no arriesgaría nada acudiendo a las primarias después de una etapa de gobierno. Hay que pedirle, por tanto, que, llegado el momento, se deje votar por los afiliados a su partido.

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