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Primeras y primorosas primarias MERCEDES ABAD

Si un alienígena hubiera aterrizado ayer en la sede socialista de Nou Barris, sin duda habría llegado a la conclusión de que, en este rincón del planeta, las primarias son un megahíto que supera con creces a las bodas, bautizos y fiestas mayores en cuanto a porcentaje de ilusión y alegría per cápita. En medio del ambiente de enfebrecido entusiasmo, de excitación y de profundo disfrute de un derecho recién conquistado que se vivía en el número 91 de la avenida de Urrutia, una afiliada formulaba con vehemencia una teoría del hito: "Esto es un boom increíble, como cuando la Terelu se casa con no sé quién". Durante unos instantes, me dije si no sería una forma, brillantemente eufemística, de aludir a la boda de Borrell con las bases del partido. El ambiente era, huelga decirlo, marcadamente borrelliano. Tanto es así que, tras coger la papeleta con el nombre de Almunia, una señora miró en derredor suyo con obvia mala conciencia y, al ver que la estaba observando, me hizo un gesto de disculpa, en plan "la vida es así, no la he inventado yo". Con todo, la palabra que más se repetía en las tertulias que se formaban espontáneamente tras los abrazos emocionados era "el aparato". Una prolongada observación de este fenómeno me faculta para decir que cuando las bases mentan al aparato, lo hacen sin santiguarse pero con cara de estar mentando al mismísimo primo de Zumosol, es decir, algo grande, pesado, paquidérmico, inamovible y con un tono muscular más que notable. De lo que se deduce que Almunia tal vez sea la personificación del primo de Zumosol, pero con las quijadas y los abdominales caídos, o sea, con menos pegada. ¿Y Borrell? ¿Qué clase de elixir de amor ha administrado a las bases para que los jubilados acudan a las urnas con paso ligero y miradas encendidas de adolescente en pleno tumulto primaveral? Conjeturo que, por mucho que se las dé de payés y cuente anécdotas infantiles de tiernos borriquillos, Borrell tiene más de spice boy (chico picante) que de otra cosa. Al fin y al cabo, el elixir con que seduce es un líquido burbujeante (o sea pétillant), con una extraordinaria capacidad para ilusionar a las masas. Después de ponerme morada de ligar con los miembros de edad más provecta del club me retiro casi brincando, contagiada por la bulliciosa alegría de unas bases a las que ningún aparato les puede aguar la fiesta. Mientras deshojo la margarita (perdón, la rosa) me digo que esto de las primeras primarias es un primor.

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