Apuntes para unas nuevas izquierdasJOAN SUBIRATS
Estamos en plena confusión sobre qué es ser de izquierdas y quién representa a qué izquierda. Oímos a algunos afirmar que entre Almunia y el centro derecha apenas si hay distancias, mientras otros afirman que el mensaje de Borrell, más aparentemente de izquierdas, resulta tan tradicional que no conecta ya con las nuevas izquierdas emergentes. Para unos, Maragall es la encarnación catalana de la nueva izquierda europea. Para otros, Maragall es simplemente un Pujol rejuvenecido y laico. No quiero decepcionar a los lectores que busquen aquí la solución, ya que sólo intento apuntar otras maneras de ver esa aparente situación de embrollo ideológico. Una primera reflexión sería renunciar a los exclusivismos. No hay fuerza política alguna que pueda pretender ser o expresar al mismo tiempo a la izquierda socialdemócrata, a la izquierda comunista, a los nacionalistas de izquierda y a esa cuarta izquierda inquieta, transversal, difusa y a veces refractaria (o incluso hostil) a las izquierdas organizadas, y sin duda muchas veces desilusionada. ¿Puede la izquierda organizada prescindir de esta especie de izquierda sumergida? Se trata, probablemente, del sector social que más decisivamente es preciso implicar en aventuras políticas que comporten una recuperación de la política, de una política visionaria, ilusionadora. ¿Qué es lo que explica que esta gente se sienta de izquierdas y no se sienta hoy día atraída o ilusionada por ninguna formación política en particular? Si averiguamos algo más sobre sus características, quizá también podremos avanzar en las dinámicas organizativas que se deben impulsar. En los últimos estudios de sociología electoral realizados en Italia y Suiza, se pone de relieve que la tradicional conexión trabajadores dependientes-izquierda tiene hoy día poco sentido. Si hasta hace unos años la izquierda era vista como un instrumento de mejora económica, como una garantía para alcanzar unos derechos sociales que asegurasen mínimos vitales, hoy parece que estas conexiones cambian. La mayoría de la gente ve o percibe a la izquierda más conectada a procesos de emancipación civil y cultural. Elementos como seguridad, trabajo, ocupación, coste de vida, forman parte cada vez más del imaginario colectivo de elementos conectados con la derecha. Mientras que la izquierda se liga más estrechamente a libertad, a derechos civiles, a participación, a derecho de expresión, a defensa del medio ambiente. Y sobre todo entre los más jóvenes, izquierda es sinónimo de gente que valora la comunicación personal, las diferencias de género, las actividades culturales. Neomaterialismo de derechas, posmaterialismo de izquierdas, serían iconos detectables en las percepciones hoy emergentes. La derecha parece garantizar más seguridad, y éste es un valor nada despreciable en esta sociedad de incertidumbres en la que nos movemos. En efecto, aquí y allá encontramos inestabilidad del mercado, difusión de fenómenos de criminalidad, crisis de los bloques y de las ideologías, flujos migratorios en ascenso (con la dosis de incertidumbre y de inseguridad que acostumbran a comportar). Los privilegiados tradicionales tienen miedo a perder aquello que siempre han tenido, y los que han llegado hace poco a cierta -y quizá pasajera- seguridad aún se muestran más intolerantes, ya que son también los más vulnerables. Ante este panorama, la derecha siempre tiene respuestas. Respuestas quizá moralmente inaceptables, por lo que suponen de cerrazón e intolerancia, pero respuestas (recordemos el "teníamos un problema, ya no lo tenemos" de Aznar en el incidente de los inmigrantes sedados, maniatados y repatriados). La izquierda ha encontrado dificultades de adaptación en estos nuevos escenarios. Su fuerza igualitarista no encuentra fácil acomodo en sus estratos naturales, los trabajadores, que tienen ya algo de lo que precisaban y que ahora, frente a las amenazas existentes, se giran hacia otros portadores de seguridad. La fuerza igualitaria de la izquierda se mueve mejor en cuestiones como identidad, autorrealización, lucha frente a las diferencias no estructurales. Se trata de una nueva izquierda surgida en plena edad de oro del welfare, que florece en medio de grupos más secularizados e instruidos. No es, pues, extraño que la izquierda tenga hoy problemas de identidad, ya que sus bases naturales se alejan de sus tradiciones, buscando en la derecha orden, autoridad, intolerancia étnica, nacionalismo simple. Mientras, la izquierda mantiene un discurso que podríamos caracterizar como de más a la contra: desconfianza ante instituciones y fuerzas de orden, cosmopolitismo y defensa de los nacionalismos minoritarios, tolerancia étnica..., en vivencias y sensibilidades que se definen, por tanto, más por estar planteadas en oposición que por estar expresadas en positivo. De este conjunto de elementos podemos ir configurando una concepción de izquierdas que debería alejarse de los componentes más racional-integradores (clase-sindicato-partido), y más racional-planificadores (programa, conquista del poder, planificación jerárquica). Debería buscar su fuerza en la recuperación de los ideales comunitarios (¿parecidos quizá a aquellos calificados hace ya tiempo como utópicos?). Partiendo, por ejemplo, de algo tan simple, pero tan impropio de la tradición de una izquierda jerárquica y redentora, como considerar que en la sociedad existen soluciones. Debería evitar caer en los corporativismos que sin duda securizan (fidelizan), pero que restringen capacidad de adaptación y flexibilidad, encorsetando los márgenes de maniobra. Y tendría que lograr recuperar para la política espacios propios, los espacios de una ciudadanía reconstruida.
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