El Camp Nou, abraza la Liga
El Barça conquista el título a la primera oportunidad con un gol de Giovanni tras una larga hora de espera
No por esperado, el reencuentro con la Liga resultó menos emotivo en el Camp Nou. El alirón estaba tan cantado que los futbolistas se dieron incluso un baño de cava en el mismo campo. El título se jugaba en un solo estadio, con un margen de cinco partidos, sin necesidad de sobresaltos. No era necesario esta vez poner la radio ni ver la televisión. Bastaba con acudir al estadio del Barca y aguardar. Muy preparado todo. Tanto que el Barcelona optó por darle contenido a la noche. Tuvo a la grada un hora larga destemplada y sufrida. No había manera de responder al anuncio de que ayer se libraba la Liga. Hasta que saltó Giovanni y remachó un córner de un cabezado impecable. Una manera de resolver el encuentro acorde con lo que ha sido el campeonato: muy poco fútbol, las jugadas de estrategia como cura de los males comunes y, a falta de ídolos, futbolistas de la talla de Giovanni para firmar las sentencias.
La coreografía invitaba a una faena pulcra. No había tensión de partido. El campo era simplemente una gran sala de espera. La hinchada se había citado en el estadio sólo para cantar el alirón y, en consecuencia, la fiesta quedaba a expensas de la facilidad del equipo para resolver el partido. Y el colectivo azulgrana fue víctima de un nudo emocional.
La ansiedad y la excitación de la grada por la tardanza del grupo de Van Gaal en meterse en el partido dejó parado un choque nervioso. Luis Costa alineó a mucho futbolista de acompañamiento, a jugadores diligentes en esconder la pelota en la divisoria y a una zaga de cuatro muy afilada. Le bastó con recurrir a la falta táctica para mantener al Barça fuera de su campo. Los azulgrana solamente intimidaban cuando tenían terreno por correr, siempre a la contra, y no con el balón controlado. El equipo ha perdido toque, combinación, profundidad y fluidez desde Dortmund. Es hoy un colectivo menos alegre. Puede que más fiable en defensa y, al tiempo, efectivo a balón parado. Le falta, sin embargo, duende, el signo de distinción de los grandes. No era el de ayer un partido fácil de jugar. Son noches en que la victoria se da por hecha antes de la disputa y, si el gol tarda en llegar, los nervios van comiéndose al grupo.
La baja de Figo, sancionado, agravó aún más las disfunciones azulgrana. Roger, sustituto del portugués (Ciric quedó esta vez en el banquillo), alimentó bien la banda izquierda. El problema se situó en el flanco derecho, por donde opera el capitán. Luis Enrique asumió las funciones de 7 y no es el asturiano futbolista de regate y centro, o un jugador asistente, sino que por encima de cualquier virtud tiene gran capacidad para cubrir campo y, sobre todo, gol.
El malestar azulgrana envalentonó al Zaragoza. El colectivo maño tomó el mando y dibujó dos ocasiones de gol, una desbaratada por Hesp y otra mal rematada. El Barcelona se agarró como remedio al banderín de córner y desde allí buscó un remate terminal que acabara con las penurias en la elaboración de juego. El Zaragoza, sin embargo, mantenía un buen fútbol de entrejuego y ejercía un mayor control del partido. Radimov reclamó incluso un penalti en un mano a mano en el área azulgrana que delató el tiritar local.
No le quedó otro remedio a Van Gaal que repintar el choque, y optó por la solución descartada en el arranque. Ciric pasó a jugar de extremo derecho y Luis Enrique de volante. Parecía tener el equipo mejor posicionamiento. El gol, sin embargo, no llegaba. Y el entrenador tiró entonces de Pizzi, una manera de romper a la brava la libreta y recurrir al factor sentimental, pues no hay nadie como Pizzi para calentar a la hinchada culé.
El encuentro exigía medidas de choque y no correcciones a largo, plazo. A grandes males, grandes remedios. La Liga estaba en juego y Pizzi es un futbolista de momentos. El ariete no marcó. La suya, sin embargo, fue una presencia intimidatoria, de manera especial en las jugadas de estrategia. Y el gol llegó como estaba escrito, tras un córner botado por Rivaldo, un balón templado de Celades y el cabezado finalizador de Giovanni. El tanto aplacó los nervios, el equipo se oxigenó y la grada se soltó. La fiesta ya podía empezar. Quedaba un cuarto de hora para la jarana. La quinta Liga de la década había caído a la primera en el Camp Nou y con un triunfo, como exigía la noche, que no el campeonato, pues bastaba el empate. Un título sin goles, sin embargo, no hubiera sido tanto título en una Liga sobrada de fallos y falta precisamente de sentimiento. De fútbol.
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