El gran cinco
Hay un deseo tan grande de perfección en Redondo que probablemente le limita. Su personalidad obsesiva le impide liberarse de los mitos, las ambiciones y los prejuicios que le rodean. Los mitos nacen de su condición de medio centro, el cinco argentino, figura sagrada en su país que condiciona a todos los que persiguen la sucesión del gran cinco: el venerado Pipo Rossi. Redondo, que conoce la historia, ha pretendido ser Rossi en juego, en presencia, en autoridad. Un peso demasiado grande que, en ocasiones, le ha quitado naturalidad a su fútbol. Las ambiciones surgen de un futbolista que abandonó joven su país, generó alguna polémica y llegó a Europa con el objetivo de convertirse en un jugador de referencia. Los prejuicios son de los otros, de los críticos que estuvieron a punto de acabar con su carrera en el Madrid tras su primera temporada con Vadano. Jugó bien o muy bien, pero su figura fue tan discutida que Redondo sufrió un calvario cada vez que saltaba a jugar en Chamartín. Demasiado peso, demasiada tensión, demasiado ruido sobre el jugador que conquistó el Westfalen Stadium de Dortmund. Durante sus cuatro años en el Madrid, Redondo siempre ha tenido que convencer a alguien. Primero al presidente Mendoza, que quería contratar a Simeone. Después a cierta crítica, extraordinariamente severa con él. También al público, que le miró sospechosamente en su primera temporada y le censuró con saña en la segunda. Y naturalmente a algunos entrenadores. Capello pretendía traspasarle, lo llevó a una posición desacostumbrada y terminó por convertirse en su primer defensor, hasta el punto de intrigar para llevarle al Milan.
Esta difícil carrera desembocó el miércoles en Dortmund, donde jugó de la manera que Valdano imaginó cuando le fichó para el Madrid. Fue un jugador dominante en lo técnico, en el carácter e incluso en lo físico. Puesto a ganar, ganó todos los balones divididos. Redondo, cuya obsesiva pulcritud le ha llevado en ocasiones a un juego banal, entendió en Dortimund la categoría trascendental del partido.
Para un futbolista que siempre ha tenido muy en cuenta el valor de la historia, la cita de Dortmund servía para definir verdaderamente su papel en el Madrid. No falló a la cita. Su figura emergió de tal forma que el partido le perteneció desde el principio hasta el final. Una demostración enorme que traslada a Redondo a una posición indiscutible en el Madrid. Cuatro años después, Redondo ejerció el liderazgo con la sabiduría que sus incondicionales suponían y que sus críticos negaban.
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