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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dos pesos pesados

Durante los años cincuenta se rodaron en Estados Unidos algunas películas de terror en las que, con el objeto de atraer la mayor cantidad de espectadores posible, se enfrentaba a grandes mitos del género. De esta manera, el monstruo de Frankenstein se las tenía con el hombre lobo o el conde Drácula se enfrentaba a la momia. En su nueva propuesta para la noche de los lunes, Sin límites, Antena 3 ha seguido un esquema similar al juntar a Jesús Hermida y Mercedes Milá, dos pesos pesados (especialmente el primero) del periodismo televisivo. Y como ninguno de los dos se distingue precisamente por practicar aquel silencio creativo del que hablaba Azaña, el espectador se queda con la impresión de que el plató no es lo suficientemente grande para ambos. Si a ello añadimos una serie de figurantes de primera, de segunda y de tercera, tendremos que en Sin límites hay demasiada gente y muchas oportunidades para desembocar en esos guirigáis a los que tan dados somos los españoles, especialmente cuando se nos concede la oportunidad de hablar en público. Ligeramente perdidos entre el inevitable caos, Hermida y Milá parecían estar pensando que lo que realmente deseaban en este mundo era un programa para cada uno de ellos. Sin límites se plantea como un largo debate (dos horas y media: larguísimo, diría yo) en torno a un único tema. La noche del estreno, ese tema era el honor de las personas y cómo la prensa puede contribuir al linchamiento moral de un ser humano para vender más ejemplares o batir sus récords de audiencia. La víctima elegida era Javier Gurruchaga en el caso Arny, y ante él se plantaron Hermida y Milá en un reparto de papeles modelo policía bueno-policía malo. Así, mientras Mercedes entonaba un mea culpa general, Jesús se disculpaba, pero menos.

Más información
El 'caso Arny', nuevo espectáculo televisivo

El primer Sin límites, a todo esto, quedará como un debate en el que, por los motivos que sean, nadie quiso señalar a los representantes de un tipo de prensa, de radio y de televisión que, más allá del caso Arny, llevan años envenenando el ambiente. En ese sentido, la actitud bienintencionada de Hermida y Milá no dejaba de ocultar un cierto gremialismo (los periodistas no somos mala gente en el fondo) y una tendencia, quiero creer que inconsciente, a seguir convirtiendo en espectáculo lo que ha sido una pesadilla para un número de personas famosas y no famosas.

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