Tiempo
Cena con los amigos del pueblo. Tras años muy duros, ahora el horizonte se ha despejado. La granja es de las pocas en nuestra zona que resistieron las imposiciones de Bruselas y ahora rinden. El hijo mayor trabaja con su padre; la pequeña estudia Ciencias de la Información en Barcelona. El año pasado restauraron la masía, una de las más nobles del pueblo, para devolverle su antigua fachada simétrica. Cuando recuerdan su infancia, les parece haber saltado dos siglos. Hace 40 años, estos pueblos eran cementerios sometidos a la ignorancia y la pobreza, gobernados por párrocos y señores feudales. Ahora viven en su propio tiempo; han pasado de la noche al día.Pero luego habla la hermana, profesora en un difícil instituto de Girona. Ella y sus colegas, educadores expertos, están hundidos. Es inútil tratar de dar clase, bastante tienen con mantener el orden durante la jornada escolar. Ya no son profesores sino asistentes sociales que cuidan niños con problemas de drogas, de delincuencia, de abandono familiar. Un sistema educativo bienintencionado ha fracasado, pero nadie se atreve a hablar de ello. Los hijos de la miseria, del desarraigo, absolutamente ajenos a lo que dicen los libros de texto, están obligados a asistir al instituto y no lo soportan. Dar clase es imposible, pero sería una barbaridad segregar a los infelices hijos de las familias marginales incapaces de adaptarse a la disciplina docente. Haría falta una inversión colosal para atenderles. La derecha se desentiende. El horizonte está negro.
El tiempo no avanza con igual paso en todas partes. En los campos de labranza y en las granjas amanece. En los colegios anochece. Espanta pensar que la educación se muere en este país. Ahora que acaba de nacer.
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