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Tribuna:VISTO / OIDO
Tribuna
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En el banquillo

Javert es el policía de Los miserables: un arquetipo de la derecha. Lo vi claro desde niño: a él y a Scarpa, el ministro-policía de Tosca, que fusila al revolucionario Cavaradossi. Sus autores estaban del lado de la comprensión. A Jean Valjean lo perseguía la sociedad de los ladrones de la propiedad (que es un robo). Muerte al que roba para comer. Que no coma, si no tiene. En mi incuria de niño de país en guerra separaba las dos maneras de la fe religiosa: el Antiguo Testamento era de derechas, los evangelios eran de izquierda, por su capacidad de perdón y comprensión. Y porque el autor de los evangelios fue condenado a muerte y ejecutado: tengo amor filial por los condenados a muerte. Si me echan encima las penas de muerte de China, diré que es un país de derechas; de la misma derecha que Stalin. Son mis contradicciones, y me arreglo con ellas.Uno de los grandes deslumbramientos de horror lo tuve cuando vi que los asesinos rezaban con los nuevos evangelios y al pie de la cruz del estrado: mataban con lentitud, parsimonia, ritualidad y legalidad, aunque no rehuyeran el tiro en la nuca al atado y escupido cristo rojo de la CNT del pueblo. Al socialista, al comunista: al rojo. En mi aprendizaje entraron bien las contradicciones. Un niño del siglo XX no es un niño del XIX. Amedo se parece a los actores que eligen los directores de escena para representar a Javert o a Scarpa: alto, delgado, absolutamente serio, con ojos de mirada fija en la víctima y nunca en su entorno. No veo razón para que su delito prescriba. En Amedo veo a otros tipos del banquillo. En la derecha, la mandíbula de presa del que no suelta la carne mordida: busca matar a González. Muerto está, políticamente. Murió con las víctimas de los GAL.

Los canes del señor quieren, además, la venganza. El niño del siglo XX entiende su contradicción: ellos persiguen el delito que hubieran cometido si hubieran podido. Yo detesto el delito contra la conciencia de la izquierda, contra la ilusión de la democracia: el delito que puede hacer que, al final, todos seamos iguales. Hundieron la idea de la legalidad, de la justicia ética. Hicieron que la política fuese un solo alquitrán. Ése es un delito que no prescribe: ha hecho que buena gente crea que están mal juzgados: que lo que hicieron estaba bien, o justificado. Dañaron más a sus ideas que a las de sus adversarios; y a las de quienes perseguían. Sentenciaron a pena de muerte después de haberla abolido.

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