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Bombardeo de hormigón bajo el mar

Los Gobiernos occidentales son conscientes del problema. Incluso han estudiado ya algunas soluciones, desde izar los barcos y llevarlos hasta aguas más profundas a cubrirlos con sarcófagos, como se hizo con el reactor nuclear que provocó la catástrofe de Chernóbil. Alexandr Krasnoperov, presidente de la fundación ecológica Salvación, ha propuesto incluso encerrar las naves en una semiesfera al vacío.

Según el vicealmirante Tenguiz Borisov, todas estas propuestas son inviables, y lo más peligroso sería mover los barcos, ya que eso supondría el riesgo de que los recipientes dejaran de ser herméticos. Además, la existencia de picratos, sustancias altamente explosivas, multiplica el riesgo de estallido de una temible bomba química.

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Moscú ofrece un método al que considera no hay alternativa razonable: fijar los barcos en el fondo del mar bombardeándolos con hormigón, lo que les convertiría en una especie de rocas prácticamente inamovibles que absorberían eventuales escapes químicos.

Valentín Tarasov, de la Academia de Ciencias rusa, asegura que el gas mostaza supone el 50% de las armas químicas sumergidas. Esta sustancia, además de provocar cáncer, afecta a las estructuras hereditarias y puede producir mutaciones y deformidades.

Rusia tiene la tecnología y los especialistas necesarios, y asegura que su opción es entre 30 y 100 veces más barata que las occidentales. Pero no tiene dinero. Por eso ofrece un programa de cooperación internacional que, asegura, podría resolver el problema en cuatro años.

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