Inodoro, incoloro, insípido

Sólo algunos humoristas hacen reír. El resto, contando con que el humor es materia muy sensible, se despeñan desde lo cómico a lo vulgar o de lo jocoso a lo repugnante. La ventaja que ofrece Cruz y Raya sobre Los Morancos, por ejemplo, es que aun no haciendo ninguna gracia no nos hacen sentir, al menos, desdichados. Por lo demás, se trata de una de esas parejas de pretensión burlesca sobre la que el espectador se pregunta por qué su propósito profesional no se encaminó desde hace tiempo hacia otros logros. Porque en tanto ellos no caigan en la cuenta de que sus ideas, sus desarrollos o sus desenlaces no mueven a risa, la masa de espectadores será cargada con una nueva plancha horaria en la televisión.La gente, cómo dudarlo, está deseando reír, relajarse, dejar de pensar en cosas importantes y disponerse para lo mejor. Pero ni así, con la actitud radiante, es posible perder de vista la mala sombra de Cruz y Raya. No es un juicio exclusivo de quienes nos encontramos a este lado de la pantalla, desde su interior se escuchan unas risas enlatadas, desvaídas, desfiguradas, que dan por sí a entender los esfuerzos que todos, productores y protagonistas juntos, se ven obligados a realizar para sacamos de la abulia. Efectivamente, no ocurre, como pasaba con Pedro Ruiz y otros de ese estilo, que el disgusto provoque indignación. La pareja de estos profesionales, dignos de un cruz y raya, cuentan a su favor que, en vez de despertar antipatías, mueven a la piedad.

Francamente, merecerían por su porte, por su talante, por su espíritu ingenuo, que las cosas les salieran mejor y pudiéramos alegramos juntos. Pero se hacen intentos en la audiencia, y entre que a ellos no se les ocurren grandes cosas, y la audiencia, entre tanto, no siente nada, pasan los minutos y el programa acaba tan insípido como empezó. Lástima de tiempo, de atención, de presupuesto, de orientación ocupacional para los unos y para los otros.