Médicos iraquíes, atribuyen a los ataques aliados el incremento de casos de cáncer
Siete años después del final de la guerra del Golfo, una terrorífica epidemia de leucemia y cáncer de estómago se está cobrando las vidas de cientos de civiles iraquíes que viven cerca de la antigua zona de guerra, incluyendo niños tan pequeños que ni habían nacido cuando las hostilidades finalizaron. Los médicos de la ciudad de Basora han confirmado que desde 1991 hasta ahora hay cuatro veces más casos de cáncer, especialmente entre niños.
Los médicos temen que las grans que producen la mayor parte los alimentos de la ciudad pudieron ser contaminadas por las vainas de uranio de los proyecties utilizados por los aliados duante la última batalla con carros de combate de la guerra. Sin embargo, algunos iraquíes sospechan que la causa está en los bombardeos anglo-americanos contra las fábricas de armamento químico de Sadam Husein, o que fueron los propios aviones estadounidenses los que utilizaron algún tipo de producto químico en sus ataques.La madre de Alí Hillal, un niño de ocho años que la semana pasada se estaba muriendo postrado en una cama del hospital Al Mansur, en Bagdad, me contó que después de que la aviación aliada bombardeara una estación de comunicaciones cerca del domicilio familiar en Diala en 1991, olió "a quemado, un olor asfixiante, algo así como insecticida". Dos doctores entrevista os por The Independent creen que las humaredas de los incendios de las refinerías de petróleo pueden contener elementos cancerígenos. Otros hablan de "radiación" procedente de las bombas utilizadas en la guerra.
Incluso los niños enfermos de cáncer que logran sobrevivir se están muriendo, en algunos casos debido a la falta de medicamentos que podrían salvar sus vidas. En el hospital Al Mansur -que ha tratado a cientos de niños durante los pasados tres años-, Yasir Raouf, jefe de los médicos residentes, me habló de a desesperada necesidad de medicamentos para enfermos de leucemia. Algunos niños están recibiendo los sobrantes de las medicinas con las que fueron tratados otros pequeños ya muertos.
El doctor Jawad Khadim al Alí, especialista en cáncer del hospital más grande de Basora, señala que en 1997 trató a 380 pacientes de cáncer en su propia clínica, mientras que antes de 1991 eran apenas 80 al año.
En un país que se está desintegrando por las sanciones, no hay estadísticas oficiales sobre el incremento del cáncer señalado por los médicos. Quizá por miedo a que las ciudades hayan podido ser contaminadas por armas bioquímicas procedentes de las fábricas bombardeadas, el ministro de Sanidad iraquí no ha hecho esfuerzo alguno para haer pública la tragedia. Dado que muchas de las víctimas son shiíes -miembros de una facción isláica que se rebeló contra el Gobierno de Sadam Husein nada más terminar la guerra-, el régimen iraquí no encuentra mucho motivo para preocuparse.
En el departamento oncológico del hospital, el doctor Al Alí ha clavado en la pared un grupo de mapas de Basora y la ciudad de Nasiriya que muestran cómo la mayoría de los nuevos casos de cáncer provienen de áreas del este del lugar donde se produjo la batalla de carros de combate entre EE UU e Irak en febrero de 1991. "Existen canales y granjas en toda esa zona", asegura Al Alí. "Hay ríos y el viento siempre tiene del oeste, hacia Basora". Cuando el doctor Al Alí terminó con los mapas, salimos a la sala e espera para encontrar a gran cantidad de mujeres jóvenes y ancianos que esperaban para verle. Todos habían desarrollado cáncer en los últimos cinco años.
En los últimos días del conflicto los estrategas de EE UU debatían cómo el daño a las infraestructuras iraquíes -bomardeos sobre depósitos de agua, lantas eléctricas y refinerías de petróleo- afectaría las vidas de los iraquíes en los meses o años siguientes. Pero nunca sugirieron que una política de bombardear ahora, matar después supusiera alguna vez cáncer.
The Independent
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