Olazábal resurge victorioso en el desierto
El golfista vasco supera una molesta enfermedad para lograr en Dubai la primera victoria de la temporada
El verdadero trueno del desierto era, a fin de cuentas, esto. Tres, dos, uno. Tercero en el Heineken, segundo en el Greg Norman, a José María Olazábal la secuencia matemática le dictaba que en el Clásico del Desierto de Dubai le esperaba el primer puesto, la victoria. Por una vez, al menos, las leyes del azar y la necesidad se pusieron de acuerdo. El magnífico comienzo de temporada del golfista vasco, que había rozado el triunfo en dos de los tres torneos que había disputado en Australia, no podía quedar frenado precisamente en el torneo del desierto, en el oasis artificial de Dubai, un acontecimiento simbólico en su carrera: fue allí, hace justamente un año, cuando Olazábal demostró a todos y se demostró a sí mismo que su carrera no iba a terminar prematuramente víctima de la enfermedad; fue. allí donde reapareció -terminó l2º- después de 18 meses en los que pasó un verdadero tormento, meses en los que incluso quedó inválido, negras noches en las que ni siquiera sabía si volvería a tener una vida normal. Y, sin embargo, su triunfo de ayer sobre una competencia que incluía a algunos de los mejores jugadores del mundo -Ernie Els, tercero en el ránking mundial; Greg Norman, segundo; lan Woosnam, Colin Montgomerie y alguno más- no fue un sencillo subirse a una barca y de jar que la corriente le llevará. No, su triunfo dependió de una gran dosis de voluntad y fortaleza, un deseo irreprimible que se hizo patente incluso antes de volar a la ciudad de los Emiratos Árabes Unidos. Hace apenas ocho días, cuando aún Kofi Annan no había logrado arrancar de Sadam Hussein su firma al plan de paz, cuando el ataque aéreo de Estados Unidos a Irak, el espúreo ahora trueno del desierto, parecía impepinable, Txema Olazábal y la mayoría de los jugadores españoles dudaban si volar a Dubai. Finalmente se arriesgaron. Aquello fue el aperitivo de su semana triunfal, pero el verdadero plato fuerte llegaría el jueves por la mañana, poco antes de comenzar a golpear la bola. Olazábal se había despertado con fiebre, baldado por la gripe, las anginas no le permitían tragar. El médico le aconsejó quedarse en la cama y olvidarse del torneo. Y Olazábal dijo no. Nadie le iba a impedir luchar por una victoria prometida. Y se presentó a jugar. Una imagen extraña: el único de los jugadores con jersey bajo el abrasador sol del desierto. "Estoy impresionado por lo que he logrado", dijo ayer el de Hondarribia. "Esto es absolutamente fantástico. Si alguien me hubiera dicho entonces que iba a ganar el torneo, le habría llamado loco. Me sentía mal, realmente mal. Me dolía cada uno de los músculos de mi cuerpo". Acabó bien, sin embargo, 69 golpes, ya metido en los sesenta, una decena que no abandonó en todo el torneo. Acabó en el montón, pero no lejos del líder, el sueco Robert Karlsson, y al lado de los otros españoles -Nacho Garrido, Severiano Ballesteros- que, como él, florecieron en el desierto. La segunda y la tercera jornada fueron similares. O mejores, pese a todos los males. "Los últimos dos días ya estaba mejor. Por lo menos sólo me dolía la garganta y no tenía fiebre", dijo. "Pero no pude comer nada sólido desde el miércoles, que cené pescado. He sobrevivido a base de yogurts, zumos de fruta y té". Sobrevivió y se encaramó a la cabeza. Se colocó allí, en contención, como dicen en el argot, a tres golpes de Karlsson, a uno de Garrido, empatado con Els. Dejó todo preparado para el domingo, para el día de la tormenta del desierto. Fue un día (le viento. Las bondades del campo y del buen clima de los días anteriores, que propiciaron magníficas tarjetas, se difuminaron bajo las tormentas de arena. Un día de malos resultados para casi todos. Garrido, que se había mantenido toda la semana fácilmente bajo el par, firmó una tarjeta de 76 golpes ( + 4), con seis bogeys (tres de ellos nada más comenzar la jornada, en los hoyos tres, cuatro y cinco), que le condenaron al sexto puesto final; Ballesteros hizo +1 y terminó 10º; Els acabó a cuatro golpes de Olazábal; y el sólido líder durante tres días, Karlsson, que empezó el día con tres golpes de ventaja sobre el vasco, terminó también a cuatro por detrás. Olazábal, mientras, se había mantenido en sus sesenta (hizo 68, -4). Fue un día en que empezó jugando a su ritmo, sólo atento a su juego, sin mirar el marcador, sin saber que Karlsson, Garrido y Els se desmoronaban hasta el hoyo 13º. Allí, en el par 5 que la víspera le había costado un bogey, dio un golpe de genio, un chip desde 70 metros del agujero que le valió un eagle y romper por fin, incontenible, hacia la victoria.
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