La conjura y las responsabilidades
La llamada "confesión" de Luis María Anson confirma de manera espectacular que el grupo de conspiradores conocido popularmente como el "sindicato del crimen" ha entrado en barrena y va a tener un final tan miserable como su propia trayectoria. Luis del Olmo decía el otro día que asistió a dos reuniones del grupo y que él y otros colegas salieron zumbando cuando olieron "la mierda que allí había". Al final el estiércol se ha acumulado y salta ahora en forma de disputas barriobajeras entre los principales miembros del grupo, que se insultan entre sí y se descalifican los unos a los otros ante un público cada día más asqueado.De todos modos, esta conjura mediático-político-judicial se empezó a quebrar hace ya algún tiempo. Recuérdese, por ejemplo, el rifirrafe con el juez Baltasar Garzón cuando éste se desmarcó y denunció ya algunas de las reuniones que ahora ha confirmado Luis María Anson. La prepotencia del mismo grupo recibió luego un duro golpe con el famoso vídeo sobre P. J. Ramírez. O sea, que la "confesión" de Anson es un paso más de un proceso que ya había empezado hace meses, pero que sitúa el asunto en otro nivel, pues, por primera vez, se expone con claridad la "ideología" del grupo desde dentro mismo, las conexiones de éste con las fuerzas políticas, o sea, con el PP y con Izquierda Unida, y también la propia angustia personal del denunciante ante los resultados de la conjura.
Éste era un grupo que decidió aupar al PP al poder con todos los medios a su alcance, pero que, con ello mismo, demostró que menospreciaba a José M. Aznar y demás dirigentes del PP, incapaces de derrotar por sí solos al PSOE. Pero ahora José M. Aznar es el presidente del Gobierno y ha emprendido una vasta campaña de control de grandes medios de comunicación que si le sale bien le va a dar más poder mediático que todos los medios del maltrecho "sindicato del crimen". O sea, que ya no los necesita tanto.
El propio Luis María Anson ya no es el director de Abc y el proyecto de Televisa, que es su gran baza actual, más bien se está yendo al agua. Y resulta que él, que es un monárquico de toda la vida y un partidario a ultranza del Estado centralista y de sus instituciones tradicionales, percibe ahora, desde su atalaya personal, que toda la conjura ha servido para amenazar la estabilidad misma del Estado -y, por consiguiente, de la propia monarquía- y para meter en la cárcel no a Felipe González, como pretendían, sino al general Rodríguez Galindo, hombre clave en la lucha contra el terrorismo y representante de una institución como la Guardia Civil, que él venera. Es lógico, pues, que se sienta angustiado, sobre todo cuando se acerca el momento culminante del juicio contra Mario Conde y él sabe muy bien hasta dónde puede llegar el ex banquero con el ventilador y el estiércol para ocultar sus propias responsabilidades.
Estamos, pues, ante la descomposición de un grupo nefasto, y esto siempre es una buena noticia. Pero la cosa no queda aquí. Con este grupo han cooperado dirigentes políticos que hoy están en el Gobierno y otros que siguen en la oposición. En su afán de derrotar como fuese al partido socialista y de destruir a sus dirigentes pactaron y organizaron líneas de ataque que han producido resultados terribles para todo el sistema político. Es cierto que el propio partido socialista abrió brechas que dieron alas a la conjura, como la del caso Roldán. Pero la conjura fue muchísimo más allá, sin detenerse ante ningún límite. Este periódico, por ejemplo, publicaba hace unos días un documento manuscrito del ex policía José Amedo en el que quedaba perfectamente clara la intervención del vicepresidente primero del actual Gobierno, señor Álvarez Cascos, en la utilización del tema de los GAL como arma arrojadiza contra el partido socialista y sus dirigentes.
Yo no pretendo exculpar a nadie que sea culpable, pero éste es un asunto muy serio con el que no se puede jugar, y el PP, y también Izquierda Unida, han jugado políticamente con él. Los dirigentes de estas dos formaciones -y en el caso del PP esto incluye a los miembros del Gobierno actual- saben perfectamente que éste no es un asunto inventado por los sucesivos gobiernos de la democracia, o sea de UCD y el PSOE, sino un problema que ambos heredaron con nombres diferentes, como Batallón Vasco-Español, Triple A o GAL. Saben también que todos los gobiernos de la democracia, y especialmente sus ministros del Interior, lucharon para acabar con ello, pero tuvieron enormes dificultades para conseguirlo y que hasta 1986, siendo ministro José Barrionuevo, no se pudo acabar con los GAL, entre otras cosas, porque el Gobierno francés se decidió a intervenir. Está claro que el asunto debe ser investigado, y si ha habido delitos, éstos deben ser castigados, pero la irresponsabilidad del PP y de Izquierda Unida lo ha convertido en arma de confrontación política y de querella judicial contra sus adversarios políticos, sin detenerse ante nada. Para ello han contado con la ayuda total y absoluta del "sindicato del crimen". Y esto, por más que dicho grupo esté en plena descomposición, no se puede olvidar ni obviar.
La miserable caída de un miserable "sindicato del crimen" no borra las culpas a sus integrantes y a sus aliados políticos. De momento servirá para aclarar el panorama y para que los ciudadanos y las ciudadanas de este país entiendan mejor lo que ha ocurrido en la política de los ultimos años. Pero ahí queda un ejemplo de cinismo político y mediático cuyas consecuencias se pagarán durante bastante tiempo y no hay que descartar que el precio a pagar sea, en algunos temas, peligrosamente alto. Pero claro, lo pagaremos todos.
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