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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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Israel, ¿capital?

La designación de Jerusalém como capital del Estado de Israel, obviando el estatuto de internacionalidad diseñado por la ONU para la ciudad de "las tres religiones" en los años 1947 y 1948, no sólo ha encontrado dificultades en el ámbito del derecho internacional; también tiene un difícil tratamiento informativo y periodístico. De no ser así, ¿habría sido necesario, por ejemplo, que el Libro de estilo de EL PAÍS dedique un párrafo de 20 líneas a explicar la forma correcta en que los redactores de este periódico deben referirse al término Jerusalén?Partiendo de un reciente artículo del corresponsal de EL PAÍS en Bruselas, Xavier Vidal-Folch (Irak, capital Netanyahu, 7 de febrero de 1998), en el que se cita a Tel Aviv como la ciudad más representativa del Estado de Israel, como Riad o Bagdad en el caso de Arabía Saudí e Irak, respectivamente, el consejero de prensa de la Embajada israelí en Madrid, Ofer Bavly, pide al Defensor del Lector que se corrija el Libro de estilo en este punto y que "en el futuro EL PAÍS deje de mencionar Tel Aviv como capital de Israel". Si, como afirma el consejero de prensa, en EL PAÍS se menciona a Tel Aviv como capital de Israel, quien lo haga comete un error de bulto: Tel Aviv no es la capital de Israel, aunque siga siendo sede de la práctica totalidad de las embajadas extranjeras; lo fue desde el 14 de mayo de 1948, fecha de la proclamación del Estado de Israel, hasta el 23 de enero de 1950, en que el Parlamento israelí (Kneset) decidió trasladar la capitalidad a la parte judía de Jerusalén.

Pero que Tel Aviv no sea la capital de Israel no es contradictorio con que esa ciudad pueda ser considerada, y argumentos no faltan (haber sido la capital de Israel en los primeros tiempos, acoger a las embajadas extranjeras, ser el principal centro administrativo, financiero, cultural ... ), como la ciudad más significativa, incluso desde el punto de vista político, del moderno Israel surgido en el año 1948. No desentona, pues, con ese significado hacer de Tel Aviv el punto de referencia político de Israel, como hace Xavier Vidal-Folch en el citado artículo así como en sus crónicas desde Bruselas sobre la actual crisis de Irak (Muchas contradicciones en Netanyahu, 15 de febrero de 1998).

Queda el tema más controvertido: el de, Jerusalén como capital de Israel. El consejero de prensa de la Embajada israelí en Madrid afirma que "Jerusalén nunca ha gozado de un estatuto internacional, ya que esto sólo ha sido una resolución de las Naciones Unidas rechazada por los países árabes que nunca llegó a cumplirse". Y reivindica el derecho de Israel a elegir su capital. "Como cualquier país soberano", precisa. Efectivamente, nadie puede discutirle ese derecho al Estado de Israel. Pero tampoco se le puede discutir a otros Estados, incluídos los que mantienen relaciones con Israel, el de no reconocer una decisión que, a su juicio, ignora determinadas resoluciones internacionales. Decir que Tel Aviv es la capital de Israel es un error; pero decirlo de Jerusalén sería un abuso desde el punto de vista de la comunidad internacional.

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El consejero de prensa israelí niega validez al estatuto de internacionalidad de Jerusalén. Pero de acuerdo con una de las conclusiones del informe titulado El Estatuto de Jerusalén, redactado por el comité de las Naciones Unidas sobre los derechos del pueblo palestino (Nueva York, 1981), "el rechazo de Israel a estas resoluciones [las de la ONU y su Consejo de Seguridad], declarándolas nulas en Jerusalén, de ninguna manera priva a las citadas resoluciones de su validez". La situación se complica aún más si cabe con el carácter de territorio ocupado que adquirió Jerusalén Este tras la victoria de Israel en 1967, que dió lugar, como se sabe, a diversas resoluciones de la ONU que sirven de base jurídica al actual proceso de paz por territorios entre Israel y los palestinos.

Por lo que se refiere a España, el estatuto de internacionalidad de Jerusalén tiene plena validez. A raíz del establecimiento de relaciones diplomáticas entre España e Israel en 1986, ambos países decidieron abrir sus respectivas embajadas en Tel Aviv y Madrid (comunicado conjunto hispano-israelí, La Haya, 17 de enero de 1986).Y en la misma fecha y ocasión, el Gobierno español reiteró mediante una declaración oficial el "no reconocimiento por España de cualesquiera medidas dirigidas a anexionarse los territorios árabes ocupados a partir de 1967, o el alterar unilateralmente la naturaleza o el status de la ciudad de Jerusalén, cuyo libre acceso debe estar siempre abierto para todos".

El Libro de estilo contiene, efectivamente, algunos errores en relación al término Jerusalén. De fecha: el referido a la decisión de trasladar la capitalidad del Estado a Jerusalén, que fue en 1950 y no en 1951, y el de datar el estatuto de internacionalidad en 1949, en vez de en 1947 y en 1948 [resoluciones 181 y 194 de la Asamblea General]. Y otro más sustancial: afirmar que la sede del Gobierno está en Tel Aviv, cuando desde 1980 dicha sede se halla en Jerusalén (en Tel Aviv siguen, no obstante, el Departamento de Defensa y el Cuartel General del Ejército). Pero la referencia del Libro de estilo a la capitalidad de Jerusalén se ajusta a la situación de hecho y de derecho existente en esa histórica y simbólica ciudad.. Prohíbe.expresiones como "Jerusalén, la capital israelí" o "el régimen de Jerusalén", pero las admite cuando "se trate de citas textuales de procedencia israelí". Como resumen de lo dicho puede establecerse lo siguiente:

1. Tel Aviv no es la capital de Israel; luego insistir en ello constituye un error. Sin embargo, queda al criterio fundado del analista o informador considerar a esta ciudad como la más representativa del Israel moderno.

2. Es incorrecto referirse a Jerusalén como capital de Israel, pero puede hacerse siempre que se trate de citas textuales de fuentes israelíes.

Periodistas

Una vez que el ex director de Abc Luis María Anson ha puesto el sello de autenticidad a un relato que, sin la firma del más relevante por muchos conceptos de sus protagonistas, podría tenerse por apócrifo (a pesar de los muchos indicios conocidos que apuntaban a su veracidad), el mundo periodístico, los cientos y miles de periodistas dedicados a la estricta tarea de informar con rigor y honestidad, no pueden dejar de reflexionar una vez más sobre la naturaleza y límites de su profesión. Y desde esta perspectiva, preguntarse cómo es posible que puedan aparecer en el proscenio de la profesión -algunos como maestros de periodistas- personas que desde sus puestos de mando en los medios o desde el pedestal de una columna se conciertan para operaciones de acoso y derribo de gobernantes legitimados por las urnas.Organizaciones profesionales tan cualificadas como el Colegio de Periodistas de Cataluña, pionero en iniciativas tendentes a salvaguardar y reforzar la ética de la profesión, han señalado que tal proceder "atenta contra los más importantes principios deontológicos de la profesión periodística". En el mismo sentido se ha pronunciado el presidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España. Se trata, pues, de un asunto que tiene una indudable dimensión profesional y que, como tal, merece el análisis de colectivos redaccionales y de asociaciones profesionales.

Se ha visto que en la España actual, liberada de los fantasmas del pasado y en el umbral del siglo XXI, persiste en algunos el gusto por un tipo de periodismo conspirativo que, si pudo tener alguna justificación en las convulsas circunstancias políticas de la España decimonónica, no la tiene en absoluto en la democrática de hoy.

Los lectores pueden escribir al Defensor del lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonear al número (91) 337 78 36

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