El fin de Ermua
Hace unos días, Xabier Arzalluz invitaba a los no políticos a levantar el dedo si efectivamente tenían alguna solución. La respuesta a esa invitación es fácil: desde el asesinato de Miguel Angel Blanco, hace ya más de medio año, miles y miles de ciudadanos ajenos a la clase política supieron expresar con claridad, en Euskadi y en el conjunto de España, que la anulación política del terrorismo requería unidad entre los demócratas, descalificación de todo medio de acción violento, y rechazo de toda justificación directa o indirecta del imperio de la muerte que trata de implantar ETA. Los efectos políticos de este nuevo impulso por la paz habían de ser muy claros. El brazo político de ETA, Herri Batasuna, se sentiría aislado y la propia organización terrorista tendría que reconocer entonces la inutilidad política de seguir matando. Paralelamente, la estrategia nazi de intimidación, desarrollada como complemento del terrorismo, pasaría asimismo a producir resultados contrarios a los esperados, arrebatando la mayoría pacífica a los violentos el monopolio de la calle e imponiéndose la condena y el desprecio hacia sus métodos de borroka y continuas agresiones. Bastaba leer Egin en los meses de agosto y septiembre para comprobar la preocupación ante un escenario como el descrito.Para suerte suya, esa recuperación del espacio público en Euskadi para la paz se quedó en buenos deseos de los ciudadanos. Los partidos democráticos han fallado en esta ocasión miserablemente. Desde que IU horadó a los pocos días en Mondragón el dique de la solidaridad acumulada en torno a Ermua, el escape de agua se ha incrementado día a día. Siempre ha encontrado cada partido un pretexto para atacar a otros y reducir a la nada el consenso de Ajuria Enea. Unas veces por el acercamiento de los presos, otras en el modo de celebrar un festival, otras por una gresca a destiempo sobre los GAL, otras, en fin, por si es malo o bueno proteger con guardianes privados. Ha sido un guirigay permanente, como si cada uno de esos partidos desease singularizarse y comunicar a los asesinos su no participación en el bloque supuestamente unitario de la democracia. Como consecuencia, la fuerza popular configurada en julio ha ido desagregándose, en tanto que ETA dosificaba hábilmente sus atentados contra los concejales del PP y, de este modo, contra la democracia. Sin darse cuenta los demás partidos de que en la coyuntura trágica definida por los terroristas, y a tales efectos, todos los demócratas eran el PP.
A estas alturas, como en Tejas, la victoria de la muerte resulta evidente, y no sólo por la desesperación provocada por el crimen de Sevilla. Tenemos un signo de ello en la famosa recomendación de unos sacerdotes vizcaínos, adscritos institucionalmente a la Iglesia católica, pero con valores y criterios de origen desconocido (¿dónde están "la manipulación" y "la ambigüedad" en el inocente muerto a manos de un criminal político? ¿No sería entonces también manipulación y ambigüedad exhibir y recordar constantemente la muerte de Jesús en la cruz? ¿No están vigentes en Vizcaya las normas pontificias y conciliares sobre adhesión a la democracia y a la justicia, y condena de la violencia?). Otro en la patética sesión del Ayuntamiento donostiarra, con Odón Elorza pensando en solicitar un informe jurídico sobre la licitud de exponer fotos de etarras en los plenos frente a sus víctimas potenciales (no está prevista tal ilicitud, como tampoco la de soltar roedores en las reuniones de los órganos colegiados; llegado el caso, pida informe). Hecho "novedoso", dijo.
Así las cosas, y con este desánimo generalizado, mientras el PNV entierra el asunto de las piedras en las mochilas de los niños y acaba viendo en las críticas "prejuicios contra el euskera" (sic) Ardanza pone sobre la mesa su iniciativa de negociación en dos fases, HB incluida. Pero con Ermua lejos, Ajuria Enea y el Parlamento vasco en la sombra, sin un consenso previo entre los demócratas y con la apertura indeterminada a cualquier solución, sus posibilidades son escasas.
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