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Los curas cubanos reparten sacramentos, pan y medicinas

El párroco de Playa sobrevive con la bandeja y misas de 50 pesetas

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIALEl franciscano Adolfo Guerra, nacido en Cienfuegos, tiene 65 años y vive modestamente, desde hace 11, en una barriada de La Habana. "Uno no va a hoteles ni a playas, ni nada de eso; no necesita mucho dinero". Tampoco lo tiene. La exigua caja de su parroquia es financiada por las misas encargadas por los fieles, a 10 pesos cubanos la intención (unas 50 pesetas), la bandeja de las misas y las donaciones. "La gente no puede dar más, es pobre". Estudiante ocho años en España y tres en Italia, salió de Cuba en 1952 y regresó en 1963, cuatro años después del violento derrocamiento del sargento Fulgencio Batista y a dos de haberse declarado el carácter ateo de la revolución. En sus 11 años como párroco en el municipio de Playa observa sustanciales mejoras en la libertad de culto. ¿Tienen miedo sus feligreses? "No, eso ya no existe. Eso desapareció por completo. Quizás no pueden estudiar determinadas carreras, como la diplomática. No lo sé".

Otras son las preocupaciones del franciscano de la iglesia de Santa Cruz de Jerusalén, una de las 253 parroquias de las 10 diócesis de la isla. "Nuestros problemas son los de la gente, las necesidades tan grandes que está pasando. ¿Qué puede hacer uno por ellos? Pues asistirles en lo que se pueda". La parroquia atiende primero a los ancianos, son reconfortados material y espiritualmente por el padre Guerra y sus dos ayudantes, que se mueven en bici o a pie. A cargo de la parroquia y de las comunidades cristianas subordinadas están unas 30.000 almas. La ayuda de Cáritas no es suficiente, pero sirve. "Los viejitos están pasando una gran necesidad. Les damos una ayudita de leche, de aceite y cosas de ésas al mes. Una cosa mínima".

El párroco madruga a las siete de la mañana, prepara las reuniones del nuevo catecumenado, instruye a los 60 miembros de la Renovación Carismática y de la Legión de María y prepara las clases de Biblia. Después de la misa de nueve atiende al rebaño, a los vecinos más necesitados, aunque no sean creyentes. Después de oficiada una misa de diario, con una asistencia discreta, cuelga los hábitos en la sacristía y viste guayabera. "Hemos doblado la asistencia en los últimos tres o cuatro años. El temor influía". Da por sentado que la visita del Papa ampliará la visible distensión en las relaciones Iglesia-Estado. "Aquí nunca se había puesto una misa por televisión como ahora, y eso cuenta. En Cuba hay un fondo de religiosidad amplio, hay cimientos, pero no tenemos medios de comunicación".

El capuchino Felipe Tejerinas, de 56 años, tampoco los tiene, pero se manifiesta satisfecho porque la evangelización cunde. Atiende desde 1991 el templo de Jesús de Miramar, la grey de un barrio habitado antes por la burguesía criolla, buena parte de ella en el exilio. Turistas católicos se acercan regularmente para cumplir con el precepto. Algunos traen bolsitas con medicinas. "Veo un avance grande en el descubrimiento de la fe, en la vuelta al conocimiento de Jesucristo". Los catecúmenos, entre los 14 y los 30 años, se forman en reuniones semanales de una hora. Son instruidos sobre el bautismo, el primer año, y escuchan sobre la penitencia y la eucaristía, el segundo. Después toca la ética de Dios como norte en la vida. Muchos llegan sin saber nada, ni rezar el padre nuestro ni hacer la señal de la cruz. "Les han ocultado todo".

Cinco o seis de las conversiones fueron complicadas. "Tenemos problemas con algunos que son hijos de revolucionarios. Vienen como ocultándose. Se callan para evitar problemas con sus padres". El padre Felipe les anima a contarlo antes de recibirlos sacramentos. "Debes comunicarles a tus papás, les digo, quete vas a bautizar, que son momentos muy importantes para ti y que te gustaría que estuvieran. Generalmente lo han hecho. Al final, lo aceptan". Aun habiéndose educado en ambientes ateos, el capuchino se manifiesta admirado por la eficacia de las vías elegidas por la inspiración divina: un amigo, un compañero, una lectura.

La primera oración del padre comienza a las 7.15. A las 8.15 reza el rosario y celebra misa. Después se ocupa de las compras, los recados. A las doce de la mañana, el templo queda temporalmente cerrado al culto. Viene el almuerzo y una cabezada del párroco. "Ya sabes: si quieres matar al fraile, quítale la siesta y dale de comer tarde". En torno a las 14.30 se abre de nuevo la casa, hasta las seis. "¿Qué hago yo? Esperar a la gente, hablarles, que sepan que estoy aquí. Diariamente asisten a misa unas 15 o 20 personas. El mismo número que hace seis años acudía a la misa de los domingos. Ahora son 200 o 300. Vamos creciendo. Ves aliciente en tu trabajo, cada día más". Reparte sacramentos y medicinas, jabón, leche, aceite, carne cuando se puede, en latas. "Muy poco, minucias. El Gobierno ha puesto muchos problemas. A los diez o doce días, a la gente se le acaba lo que le dan en la cartilla de racionamiento y después vienen a las parroquias a pedirnos". El padre Felipe, de todas maneras, se dice optimista."Se van logrando cosas. La puerta está abierta. Espero que no se cierre después de la visita del

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