Cuando el guionista era la estrella
Canal Satélite recuerda al genial y prolífico autor británico Dennis Potter
Durante este mes de enero, los abonados de Canal Satélite Digital tienen la oportunidad de dar esquinazo a la estupidez audiovisual que campa por doquier: basta con engancharse a la revisión que Cinemanía y Álbum TV están realizando de la obra del británico Dennis Potter, un cadáver (falleció en 1994, a los 59 años, de un cáncer de páncreas) que goza de mejor salud que la mayor parte de los guionistas que de aquí a Hollywood infestan con sus bobadas las parrillas de casi todos los canales. Visionar las series que el señor Potter fabricó para las cadenas británicas BBC y Channel Four es como descubrir que la energía nuclear no sólo tiene utilidades destructivas: es rendirse a la evidencia de que la caja tonta sólo lo es cuando la llenamos de tonterías.Escritor y guionista atípico, Dennis Potter encontró en la televisión el medio ideal para explicar sus historias. Lo suyo eran las miniseries de cuatro horas en las que nada sobraba ni faltaba. Series como Karaoke (las desgracias de un escritor alcoholizado que empieza a oír por la calle las frases de sus guiones) o Carmín en el cuello de tu camisa (amores malditos en el entorno hostil del Londres de cuando la crisis de Suez), que esta semana ha emitido Album TV. O como Cold Lazarus (la última que escribió, redactando los últimos folios tres o cuatro días antes de morir) u Ojos negros (reflexión sobre el sexo y la cosificación de la mujer), que se verán en ese mismo canal en próximas semanas.
Es difícil entender a Potter desde la actual situación del guionista español, un asalariado del que sólo se esperan gags más o menos ingeniosos o situaciones correctamente resueltas. Lo de Potter siempre fue televisión de autor, y la sociedad británica, aunque a veces con reticencias, supo. acoger sus propuestas.
Desde los años sesenta, Potter fabricó series y obras de teatro para la televisión, consiguiendo imponer su visión de las cosas y de la narrativa audiovisual. Se le consideraba raro (de hecho, lo era con sus obsesiones acerca del sexo, la enfermedad, la melancolía y las canciones populares de los años treinta, cuarenta y cincuenta), pero no tan raro como para que no se le produjeran sus delirios. Gracias a él, la BBC ganaba prestigio, y ese prestigio se pagaba con el dinero con el que el señor Potter mantenía a su mujer y a sus tres hijos. Pero (como él mismo explica en su entrevista póstuma, en Album TV) todo eso sucedía antes de que Rupert Murdoch (su bestia negra) y la lucha despiadada por la audiencia convirtieran la televisión en un aluvión de chabacanadas compitiendo por los favores del público.
En el momento de su fallecimiento, Dennis Potter era una institución de la televisión inglesa. Pero también empezaba a ser un dinosaurio que, cada día encajaba menos con lo que le rodeaba. Como el protagonista de su Dinero caído del cielo, se había convertido en un soñador cuya idea de la televisión no coincidía con la realidad. De este modo, no resulta difícil imaginarle en sus últimos días, fumando sin parar o bebiendo morfina líquida, cantando una canción de Bing Crosby mientras en su televisor se desgañitaba algún personaje del Gobierno conservador.
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