_
_
_
_
_
Tribuna:VISTO / OÍDO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Clónicos

La humanidad se insurge muchas veces contra la ciencia: preferentemente cuando produce vida, algo menos cuando la quita. La clonación humana, que levanta ahora tantas iras enfáticas y primitivas, trata de producir vida y, sin duda, intenta que sea mejor (quizá no lo consiga: la vida no es un bien ni un mal, es una situación). El intento de producir vida por otros medios que no sean los obligatorios ha sido siempre maltratado: con esa ferocidad con que se comportan los dioses -nuestros enemigos inventados por nosotros mismos para asustarnos- a Prometeo le sigue comiendo el hígado un buitre desde hace miles de años, y el hígado le vuelve a salir para que el tormento no cese. Qué barbaridad. Su continuación por Frankestein, en una etapa en que la ciencia progresaba y la electricidad era un susto, no ha cesado: ahora andan por España dos obras de teatro dedicadas a su maldición. Sin embargo, la ciencia militar ha avanzado de una manera casi milagrosa: a veces cito que al empezar el siglo (el primer siglo de doctrina de desarme, el primero de lucha contra la idea de guerra), el colmo de la matanza era la ametralladora Maxim y, al terminar, estamos con arsenales capaces de destruir la humanidad en minutos.A veces esto se disfraza con conferencias para acabar con las minas antipersonales, que apenas son nada en comparación con la amenaza global. Hubo algún sobresalto cuando apareció la bomba atómica: algunos hombres de ciencia americanos se rebelaron en contra de su propio invento, y se les procesó por servir al enemigo (el caso Oppenheimer).

Ahora mismo se revaloriza aquí lo militar por el Gobierno, pidiendo más dinero para armas o promoviendo la aproximación de colegios y cuarteles, o el pase único a las policías de quienes hayan sido soldados, pero se clama contra la clonación: la vida humana sólo puede generarse por la unión de los sexos, siempre que éstos estén sancionados por la religión y el estado jurídico. Se levanta el miedo a la identidad: la perderíamos si todos fuésemos iguales. A menos que estemos clonados por los Estados: por las religiones de obediencia, por la igualdad del tricornio, por la de la sotana, por los catecismos subvencionados, por la persecución a las heterodoxias, por la expulsión de los raros. Los que quieren el pensamiento único no quieren la clonación, qué extraño. Aparte de que ya se sabe que no habrá dos personas iguales, aunque sean clónicas: la individualidad se adquiere.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_