_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La invitacion

Es posible que el asunto tenga raices socioeconómicas, aunque tampoco pueda descartarse cierto renacimiento de hábitos perdidos. Lo reseñable es una especie de regreso a la celebración hogareña en estas fechas pascuales y de Año Nuevo. En nuestro Madrid ya se ha instalado el morbo centrífugo de la dispersión; las gentes no confluyen hacia un punto, un lugar, por razón de rango, primacía o respeto. El polo atractivo, cuando lo hay, no radica en la casa paterna, que dejó de ser la de mayor cabida y empaque. Los padres, jubilados y supervivientes, están en residencias geriátricas o se mudaron a un pisito, modesto y recogido, donde es impensable la reunión de la parentela, ni en la Nochebuena, ni en la de San Silvestre. Si se producen esas veladas serán paredes filiales más acomodadas las que alberguen a parte de la tribu.Suele faltar alguien en las células prolíficas, y llegaron nueras rencorosas, cuñados incompatibles y la suplantación por otra rama política más afortunada. La cuestión es que en alguna de estas ocasiones, desde hace tiempo, muchos padres habrán de contentarse con una, a veces furtiva, llamada telefónica. Claro que en el futuro, que ya es presente, hay un abanico de posibilidades interactivas: el dichoso teléfono digital, el fax -que lo tendremos en cada piso- y la arrolladora dictadura de Internet. Cada año, por estos días de transición, nos llega el vaho de aquellos protocolos gastronómicos: el caldo de berenjenas, el besugo, quizá el capón o el pavo, la sopa de almendras y los turrones junto a la progenie. La salida del año fue otra cosa, bien definida que, hasta cumplidos los años sesenta, perduró en nuestra capital, un ritual de puertas abiertas, hoy difícilmente comprensible, en beneficio de familiares, amigos, vecinos y simples conocidos.

Confieso, con cierta vergüenza, que nunca tomé las uvas en la Puerta del Sol, propósito siempre demorado, que dudo llegue a cumplirse, por falta de energías y convicción para estar dando saltos, en esos nocturnos y heladores sanfermines, tan castizos. Nostalgias aparte, sí noto haber pasado a formar parte de cierta clase emergente en estas festivas jornadas: el invitado, o la invitada, entrados en años, de vida solitaria, a quienes personas de buen corazón convidan para mitigar una situación que se supone especialmente dolorosa en tal solemnidad. Sería villano sostener que los que nos hemos adaptado para sobrevivir sin compañía -un gato, un perro quizá- por tantas y distintas razones, apenas sentimos la diferencia entre uno y otro día, ante el enflaquecido calendario. La pantalla del televisor -en el caso de que la fuerza de voluntad no lo impida- nos mete en el saloncito la bulla ajena, incluso, al menor descuido, la perenne y animosa carcajada de Ana Obregón, si consintiera, una vez más, en probar su fortaleza física y resistencia al relente de la medianoche.

No siempre es posible eludir el compromiso, por debilidad de carácter propio o inquebrantable generosidad ajena que, en nombre del amor al prójimo, fuerza a vulnerar la magra dieta, que tan bien nos sienta y garantiza nuestro sueño. Cualquiera de estas noches, el eremita urbano se verá implacablemente envuelto en el afecto de personas magnánimas que le agasajan, ceban o incitan a que cuente algún notable episodio de nuestra vida, del que nos sonrojamos. Sentimientos que no demuestran otra cosa que dureza de corazón empedernido, maniático y egoísta, que es lo que somos.

Sólo un viaje -¿y dónde decir que vamos?- o un prestigioso certificado médico puede evitar la salida en circunstancias tan propicias para agarrar esa segunda o tercera gripe del invierno. Todo serán, han sido, facilidades. Alguien, entre los jóvenes, nos recogerá en el portal, y allí nos depositará, no siempre a la hora que desearíamos. Removiendo lo más escondido de nuestras buenas cualidades, hay que pensar que, ante esos parientes lejanos, esos amigos que vemos apenas un par de veces al año, representamos quizá el papel de alguien que falta y ocupamos esa silla vacía que acongoja los ánimos. Fugaces plenipotenciarios somos de los que ya no están en este mundo. Como digo, una clase emergente, colocada en la casilla estadística de "otros".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_