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Los puentes rotos de Mostar

Miguel Ángel Villena

Antes de la guerra en Bosnia, nueve puentes cruzaban el bellísimo río Neretva a su paso por Mostar. El odio los derribó todos. Sólo uno de ellos ha sido reconstruido con fondos de la Unión Europea. Mostar debe su nombre y, por tanto, su existencia a los puentes. El gentilicio mostari significa literalmente los vigilantes de los puentes. Sin recurrir a metáforas huecas, se puede decir que la guerra destrozó el alma de Mostar."Lo peor de la guerra es el miedo a la muerte, te das cuenta de lo insignificante que es la vida". Un joven locutor de radio, responsable de un programa de música en Mostar donde no se habla ni de política ni del conflicto, comenta así sus impresiones en el impresionante documental alemán Nach Saison (Después de la sesión), dirigido por P. Danquart y Mirjam Quinte, que describe los intentos de reconstrucción de la capital de Herzegovina entre 1994 y 1996 y que emite hoy viernes La 2 de TVE en La noche temática, bajo el título 'Razones para una paz' (22.30). Rodada en blanco y negro, con un deliberado y sobrecogedor tono expresionista, la película pasea la cámara por escenas cotidianas en una de las ciudades más destrozadas por la guerra en los Balcanes.

Con un fotógrafo bosnio y el alemán Hans Koschnick, administrador de la UE en aquellos años, como hilos conductores, Después de la sesión ofrece el retrato áspero de una reconstrucción que tropieza con infinitas dificultades. No sólo físicas, sino sobre todo anímicas. "¿Podrán trabajar unos y otros, juntos en el fúturo?" se pregunta Koschnick. La mayoría de los testimonios, encendido de rencor hacia el vecino, hacia el enemigo, vienen a contestar "no" al alto funcionario europeo. Encrucijada histórica de países, religiones y culturas, habitada en tercios casi iguales por bosniomusulmanes, croatas y serbios, Mostar vivió en sus calles, en una brutal lucha casa por casa, dos conflagraciones entre 1992 y 1994.

Desolación de ruinas y soledad de gentes, niños que miran a la cámara cual si fueran viejos, mujeres que limpian obsesivamente las calles en medio de un basurero inmenso, desfilan por unas imágenes que resultarán familiares para los miles de españoles -soldados, cooperantes, diplomáticos o periodistas- que han vivido en Mostar en los últimos años. Pero hasta en los paisajes más estremecedores, la vida pugna por seguir. Las secuencias de unos niños salvando a un gorrión en una casa destruida o el empeño de un músico por volver a formar una banda juvenil brindan el aliento para confiar en que los puentes vuelvan a cruzar el Neretva.

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