Entre perversos
El PP ha dejado a Álvarez Cascos patinando y pide que las mujeres españolas denuncien el terrorismo doméstico. Las feministas no han podido evitar una sonrisa de escepticismo las más correctas, de cachondeo las ligeramente incorrectas. Conocen lo que significa ir a denunciar al agresor y encontrarse con funcionarios desangelados, incluso partidarios de que el matrimonio con sangre entra, sin que falten los excitados ante el mito de esa violencia viril sin la cual un hombre que se pone los pantalones por los pies no es un hombre. En caso de que las agresiones lleguen al juzgado, la víctima entra en el juego de la ruleta rusa de la subjetividad judicial aliada con la lentitud. Cada juez utiliza las leyes y las jergas que las sirven para imponer su filosofía de la vida, del mundo y de las parejas. Algunas sentencias conducen a la sospecha de que su señoría ha sufrido pulsiones de bragueta, si es varón, o temblores carnales sadomasoquistas, si es hembra. Son más abundantes los jueces y juezas que tratan de proteger a la víctima, pero han de aplicar leyes y protocolos que no tienen en cuenta la estructura social y económica real de la pareja, ni los mecanismos disuasorios para que el torturador y presunto asesino se contenga.
Todo se soluciona el día que hay crimen. Se pone en marcha el aparato represivo convencional, se encarcela al lloroso matarife, se entierra a la víctima, los sociólogos usan las estadísticas para decirnos que España es uno de los países más imaginativos en terrorismo doméstico. El Gobierno encarece: "¡Mujeres, denunciad al agresor!", para que no se diga que no lo ha dicho. Pero el horrible crimen de Granada ,demuestra que incluso al señor vicepresidente le cuesta distinguir cuándo el terrorismo doméstico rebasa los límites de lo perversamente correcto.
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