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Descentrados

Emilio Lamo de Espinosa

No es probable que el PP tenga una coyuntura política mejor que la actual. El horizonte de la Unión Monetaria, que hace poco parecía una utopía, es ya una realidad. La política económica cosecha, éxitos verdaderamente importantes, desciende la inflación a niveles históricos, el desempleo está por debajo del de 1981, disminuyen el déficit y la deuda y se garantiza la paz social. Éxitos que afectan de modo notable las economías domésticas, y, así, bajan las hipotecas, sube el consumo y aumenta notabilísimamente el ahorro. De otra parte, el PSOE no acaba de solucionar serios problemas internos, ha perdido a su líder histórico, el nuevo es aún poco conocido y los problemas arrastrados con la Justicia se le multiplican. El momento es tan bueno para el PP y tan malo para el PSOE que difícilmente el diferencial de performance o rendimiento entre ambos será mayor.Y, sin embargo, la realidad es que el PP no ha obtenido rentabilidad electoral relevante de esta situación, como muestran las tres últimas encuestas: 4,6 puntos a su favor en la de Demoscopia, algo menos de 3 en el barómetro de octubre del CIS -sin duda, la más fiable- y otros 3 en la que publicaba el domingo 14 de diciembre La Vanguardia. Justo un desempate técnico. Es más, según estos últimos datos, a la pregunta de quién preferiría que ganase las próximas elecciones el 38% contesta que el PP, pero el 37% que el PSOE. Y la diferencia entre Aznar y Almunia es también de sólo un punto. ¿Qué tiene que pasar para que una parte sustancial del electorado retire su apoyo al PSOE y lo sustituya por un apoyo al PP?

Una peligrosa respuesta que gana apoyos señala que el voto español es mayoritariamente de centro izquierda y se resiste a cambiar su lealtad. Las investigaciones realizadas muestran que esto ha sido así, de modo que hay quien piensa que estamos ante un voto ideológicamente cautivo, residuo del antifranquismo. Es el único argumento que podría explicar el ensañamiento del PP con el PSOE: puesto que no podemos ganar a sus electores, destruyamos el partido para que se vayan a la abstención; nosotros no subiremos en aprecio, pero ellos sí en menosprecio. Hay muchos intereses detrás de esta estrategia de la crispación que razona al borde del abismo político y constitucional, pero que está teniendo éxito; de hecho, las encuestas muestran que el PP no sube un ápice y la aparente mejora se debe en su totalidad al descenso del PSOE.

Pero lo importante es que esta estrategia ni es aceptable ni es necesaria. Desde luego, conduce al menosprecio general de los políticos y la política, lo que, a la larga, redunda en perjuicio de cualquier Gobierno. Además, es tanto como pretender gobernar contra la mayoría renunciando de antemano a convencerla; al parecer, los ciudadanos ni saben bien lo que les conviene ni hay modo de hacérselo ver. Y lo cierto es que hay mucho despotismo o autoritarismo ilustrado en el talante y el estilo con que nos gobiernan estos liberales, como si razonar fuera innecesario o inútil, olvidando que en política no basta con tener razón, hay que conseguir el máximo de apoyos en su favor con el mínimo de discrepancias.

Pero, sobre todo, el análisis no es correcto -y la estrategia es por ello, además de dañina, innecesaria-, pues, cuando gobiernan desde el consenso, la serenidad y el diálogo, esas transferencias de lealtad sí se producen. Así ocurrió en las elecciones de 1996, y si el PP ganó sólo por un punto fue justamente por no haber generado suficiente confianza en su centrismo. Así está ocurriendo en al País Vasco y en Cataluña. Y así los datos muestran que mientras Mayor, Ruiz-Gallardón y Rato -que dan con creces la imagen centrista, tolerante y liberal- puntúan 5,9; 5,5 y 5,3 respectivamente, los arriscados portavoces políticos del Gobierno, Cascos y Rodríguez, puntúan 4,2 o menos, colocándose (de nuevo) a la cola del Gobierno y por detrás de la mayoría de los políticos de la oposición.

No es el izquierdismo biológico del electorado lo que dificulta que el PP obtenga rentabilidad electoral a su política. Es esta misma política en la medida en que se desvía de la promesa electoral centrista o se hace sin contemplaciones, sin consenso y sin diálogo incluso cuando -como ocurre con frecuencia- se tiene razón.

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