Adulterio fallido
A pesar de ver fútbol durante años y años, no es fácil aceptar sus injusticias. El partido Barcelona-Atlético terminó y decenas de miles de espectadores abandonaron el campo contentos con el resultado, pero, humanamente, ¿cómo no sentir que la suerte, el árbitro, la fealdad, habían condenado inicuamente al Atlético? Ninguno de los ejecutores de esa sentencia actuaron con dolo ni ensañamiento. Al Atlético lo derrotó la adversidad más que la animadversión; más el destino que los desatinos. Pero precisamente porque la suerte, el árbitro y la fealdad fueron del todo inocentes la degradación es mayor y el fútbol se representa, en el encuentro de ayer, triplemente injusto.No es fácil aceptar que el Barcelona siga ganando la Liga de este modo, y que juntando acciones tan infames con marcadores tan favorables, dignifique a su afición. A un juego como el suyo corresponde, por razones de prestigio, de inversión económica y de consideración deportiva, un castigo que ya se está demorando demasiado. ¿O va a resultar que ese merluzo de Van Gaal terminará imponiendo su menú de espinas?
En cuanto al factor suerte, la suerte suele ser muy obtusa. Se inclina a un lado u otro como un muñeco de balancín. Y ya ni siquiera, en el caso del. Barça, es la suerte de los campeones, porque ni llega como consecuencia de una fan ni como efecto de grandeza alguna. Al Barcelona le falta la épica del ganador y no aparece en su desquiciado perfil el dibujo de los héroes.
Justamente el fútbol fue ayer más injusto porque el único heroísmo recompensable se hallaba en el lado del Atlético. Y el fútbol resultó además necio, porque la única inteligencia táctica fue aquella que salió derrotada. El Barca juega a verlas venir, a ver llegar el cumplimiento de la injusticia, de cuyo lado se encuentra el equipo, por razón de su fealdad y su elección del mal: el mal juego, el mal acoplamiento, la mala elección de sus alineaciones, el Van Maal.
El árbitro también fue inocente. Fue tan inocente como frágil. Demasiado vulnerable ante el vendaval del Camp Nou, que también ha llegado a envilecerse con el juego ruin de su equipo. Al Atlético de Madrid no le tienen, en general, suficiente respeto los árbitros. Pero menos aún cuando se enfrenta al Barcelona. Un encuentro Barça-Atlético es un clásico: el clásico adulterio. En la confrontación, el Atlético de Madrid sustituye al Real Madrid que es, por antonomasia, la pareja canónica del Barcelona. Ver entrar al Atlético en esa confrontación, con el nombre de Madrid por medio, y enseguida se piensa en el marido que falta. Por esta razón, estos encuentros son siempre de muchos goles, muchas locuras y una buena ración de apretones, vuelcos y atolondramientos. A los árbitros les influye la circunstancia de esta cita en pecado mortal, y al Atlético, no cabe duda, le acosa la sensación de que si gana el flirt trasgrede algo más que los pronósticos. El 5-4 final de la temporada pasada, cuando iba ganando el encuentro por 0-3, fue expresivo de la desazón con la que suele jugar en ese lecho. Por eso le cuesta tanto ganar y por eso, quizá, a los dioses les cuesta tanto premiarlo.
Los madridistas, sin embargo, habrían preferido verlo triunfar, por esta vez. Todos los hombres y mujeres de buen corazón lo habríamos celebrado, porque este año el Barcelona no merece, ni por carácter ni por moral, el matrimonio que tiene. Y esta habría sido la gran ocasión, tanto por justicia como por razones de sexo, para verle deslegitimado su estatus.
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