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A falta de enemigo, vigilancia de mujeres

Los militares suecos usan su red de cámaras espía en las costas para filmar a las bañistas

Desde que en 1981 un submarino soviético encalló en las costas de KarIskrona, sobre el mar Báltico, a unos 500 kilómetros al sur de Estocolmo, la visión que los suecos tienen sobre el mar sufrió un cambio radical. De camino hacia la aventura y el comercio o de fuente de inspiración para poetas y pintores, el mar se convirtió en una presencia inquietante de la que podía surgir en cualquier momento algo peor que un monstruo mitológico bajo la forma de un periscopio ruso.En plena guerra fría, los militares suecos y buena parte del espectro político, que bajo el manto de la neutralidad tenían claro dónde estaba su corazoncito, no perdieron la ocasión para crear un estado de ánimo colectivo lindando con la histeria y señalar al intruso que venía del Este con intenciones inconfesables. El incidente, debido a un fallo de navegación de la nave según la versión soviética, sirvió para que la Marina sueca se pertrechara con los adelantos tecnológicos más modernos destinados a detectar cualquier presencia extraña en las costas del Báltico a varios kilómetros de distancia.

El tema ha salido ahora de nuevo a la superficie bajo la forma bastante insólita y para algunos divertida de un escándalo erótico. Las supercámaras, estratégicamente ubicadas con el cometido de detectar posibles submarinos intrusos, han sido empleadas, además, para fotografiar a jóvenes suecas que se bañaban en el mar y que, según su costumbre, suelen quitarse el biquini una vez en el agua. Las fotos, que bien pueden recordar los bellos desnudos de las modelos del pintor Anders Zorn, circulaban luego entre los reclutas, que las guardaban no se sabe si como consuelo o tormento de sus largas noches de soledad.

El escándalo fue revelado en el último número de la revista Värnpliktsnytt, que en una traducción muy laxa podría equivaler a Noticias de la Mili, y según dicha publicación, las supermodernas cámaras instaladas en la IV Brigada de Artillería, en una colina de KarIskrona, eran utilizadas, aparte de sus fines específicos, para filmar, a varios kilómetros de distancia, a cuanta bella bañista cayera en el objetivo.

El zoom de las cámaras permite acercar la imagen 64 veces, y al parecer no sólo eran bañistas suecas o eventualmente turistas objeto de la filmación, sino también parejas en situaciones más comprometidas bajo el cielo estrellado del archipiélago. Acabada la guerra fría, se pensó que éste era un buen destino para las modernas cámaras. El jefe de prensa de la IV Brigada de Artillería, Per Engkvist, considera, en cambio, que el asunto es muy grave, pero que es prematuro para hablar de sanciones. Un humorista comentó que un suceso así no hubiera ocurrido en Bolivia.

Durante los últimos años del comunismo ruso, el gran vecino temido, un día sí y otro también los habitantes de las regiones costeras suecas despertaban con el estruendo de bombas destinadas a destruir al escurridizo enemigo que, supuestamente, se paseaba con toda impunidad por los recovecos del archipiélago, llegando, según la versión de un diario de la época, hasta las mismas puertas del palacio real, en el centro de Estocolmo.

Para disgusto de unos y secreta satisfacción de otros, los submarinos nunca pudieron ser localizados, no obstante lo cual quedó afirmada la versión de que eran "rusos", palabra que resumía viejos resentimientos históricos con el contemporáneo rechazo al comunismo.

El asunto tuvo un giro sorprendente en febrero de 1995, cuando el jefe de las Fuerzas Armadas, Owe Wiktorin, reveló, con encomiable honestidad sueca, que el objetivo que la Marina había perseguido y bombardeado durante más de 10 años no eran submarinos, sino visones, esos pequeños mamíferos cuya piel ha hecho suspirar a muchas damas y cuyos movimientos en el agua emiten sonidos que los delicados sistemas de detección interpretaron como procedentes de submarinos.

Los rusos de verdad, los que heredaron el poder tras el colapso soviético, también recibieron el estigma colocado por los suecos de seguir espiando bajo las aguas, acusación nunca demostrada. Los rusos negaron por todos los medios ser culpables de cualquier violación de las aguas suecas. Pero a estas alturas casi nadie les creyó. A falta de rusos, las supercárnaras militares espían a bañistas y parejas que se solazan bajo el débil sol nórdico.

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