Un hombre de ley
Tenía aspecto de tribuno y lo era. Si desde lejos su andar bamboleante sugería la cadencia litúrgica que emana de los desplazamientos de los cátedros, de cerca, su doble papada y su mirada aguda suscitaban la impresión de estar ante un hombre ducho en saberes y latines, impresión que enseguida quedaba confirmada. Siendo un hombre de su tiempo -tan de su tiempo que pastoreó a los padres de la Constitución- poseía un halo decimonónico, esa respetabilidad que seguramente acompañó a los próceres liberales que crearon los círculos de fomento en España, esa venerable sensación que proyectan los patricios justos y veteranos.Emilio Attard fue un hombre de leyes, pero, sobre todo, un hombre de ley. Sentía por el compromiso, por la palabra dada, el mismo respeto que por los cánones escritos, y aunque poseía indulgencia suficiente para saber que los hombres mudan de opinión, era estricto en el cumplimiento de las promesas, sobre todo consigo mismo.
Ese rigor fue el que le llevó a dimitir del Consejo de Estado por considerar que el nombramiento del presidente estaba más cargado de razones políticas que de méritos jurídicos, o a abandonar la dirección de la UCD valenciana por no atenerse el partido a las directrices acordadas respecto a la autonomía. Estos detalles podrían provocar el pensamiento de encontramos ante una persona puntillosa o suspicaz, conclusión bastante ajena a la realidad, porque en el trato personal Emilio Attard era un hombre cortés, de una exquisita educación, pero ello no mitigaba el rigor de su profesionalidad y la oportunidad para expresar claramente su criterio, allí donde fuera necesario.
En una de las primeras reuniones del grupo parlamentario de UCD, recién constituido, cuando la figura de Suárez suscitaba entre los suyos adhesiones inquebrantables o injustos alejamientos, Emilio pidió la palabra y habló rotundo:, "Nosotros no hubiéramos salido diputados si no hubiéramos estado en las listas que encabezabas, pero con nuestras biografías te hemos dado la legitimidad democrática de la que carecías".
Fue siempre un prestigioso abogado reconocido en su tierra valenciana y en Madrid, pero su apogeo político lo conoció como presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales, encargada de redactar nuestra actual Constitución. De su importante y discreta labor es una muestra el reconocimiento, incluso la amistad, que suscitó entre los portavoces de todos los partidos políticos.
Amigo de las letras, desde los lejanos tiempos en que dirigió Signo, publicó numerosos ensayos y, desde luego, fue profeta en su tierra. Hijo predilecto de Valencia, el último galardón lo recibió en la pasada primavera, en el Ateneo Marítimo de Valencia, cuando le concedieron el Premio a la Tolerancia José Prat, que concede la Federación de Ateneos de España. Que al final de su carrera el nombre de José Prat quedara unido al suyo no parece una casualidad, sino esa traviesa justicia que une a los caballeros y, aunque piensen de distinta manera, termina por juntarlos.
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