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Hagan caso a Nadine Gordimer y a Pinter

Soledad Gallego-Díaz

Algunos economistas acusan a algunos de sus colegas de pretender que la economía sea la única ciencia en la que se acepte que el fin justifica los medios. El objetivo de ser competitivos en un mundo globalizado pasaría por encima de los medios necesarios para conseguirlo. Para esos críticos, la exclusión de sectores sociales cada vez más amplios es uno de esos medios, por lo menos mientras no afecte a la seguridad del sistema capitalista en su conjunto. Los criticados aseguran que la exclusión social no es un medio, sino una consecuencia y que el medio para luchar contra ello es, fundamentalmente, el crecimiento económico sostenido.Afortunadamente, el debate sobre los fines y los medios de la economía no está muerto, como creyeron algunos defensores del pensamiento único. Cada vez se oyen más voces descontentas que niegan, por ejemplo, que el crecimiento económico sea suficiente para luchar contra el desempleo, especialmente cuando las repetidas crisis demuestran que cuanto más compleja y mundializada es una economía más difícil es asegurar que podrá mantener firme ese crecimiento.

Lo maravilloso del debate es que cada día participan más personas, y no sólo grandes especialistas. Reconforta saber que escritores, pintores, músicos, sociólogos o filósofos están también preocupados por el tema. Da ánimos comprobar que una novelista como Nadine Gordimer o un dramaturgo como Harold Pinter aconsejan pasar las Navidades leyendo libros sobre la relación entre el fin del comunismo y los cambios económicos experimentados en el mundo occidental (The crisis of communism and the end o East Germany, de Charles Maier, recomendado por Gordimer) o sobre el papel de las corporaciones, internacionales en la sistemática asfixia de cualquier pensamiento crítico (Global Spin, de Sharon Beder, altamente valorado por Pinter).

Intelectuales, escritores y artistas se están preocupando -como no lo hacían desde hace muchos años- por buscar información y análisis sobre la situación económica mundial, que les permita contrastar los discursos dominantes y expresar sus propias opiniones. Al mismo tiempo, animan a los ciudadanos para que sigan ese camino y busquen un equilibrio entre los cambios que están en marcha, o se avecinan, y el ejercicio de la democracia.

Dado que en nuestro caso, a poco más de un año de la Unión Económica y Monetaria y con un horizonte inmediato de ampliación a varios países del Este, el marco de debate es cada vez más el europeo, no está de más aconsejar otra lectura, el artículo sobre El déficit democrático de la UE, que publica el sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca en el último número de la revista Claves.

Se trata de un trabajo especialmente sistemático y claro sobre un problema del que se habla muy poco en los Consejos Europeos y sobre el que existen pocas aproximaciones teóricas. Sánchez-Cuenca llega a la conclusión de que "la colusión de los gobiernos nacionales en el plano europeo, posibilitada por una forma de hacer política que ni es nacional ni es federal, representa un ejercicio arbitrario del poder y por tanto una democracia depauperada". La UE, afirma, debe moverse en alguna dirección: "Hacia atrás, hacia una coordinación más descentralizada de las políticas nacionales; o hacia delante, hacia una integración más federal". Lo único que no debe hacer, desde un punto de vista democrático, es quedarse como está.

Hagan caso a Nadine Gordimer y a Harold Pinter y estas Navidades cambien novelas o teatro por libros sobre economía y la UE. Son igual de apasionantes y, además, van a necesitarlos.

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