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FÚTBOL 16ª JORNADA DE LIGA

Suspenso general

El Madrid hace un partido lamentable frente al Mérida, que desperdició un penalti

Santiago Segurola

Sukér marcó un gol levemente olímpico en el menos olímpico de los partidos. Quizá se debió al efecto contagioso del árbitro López Nieto, que ha devenido en promotor de huelgas. Por eso o por lo que fuera, el caso es que los dos equipos decidieron holgazanear, especialmente el Madrid, que jugó con una pereza alarmante. A su falta de interés añadió una pobreza inesperada de recursos. Ganó en una jugada inhabitual, un tiro de córner. Como el partido no merecía belleza alguna, Mariario peinó la pelota y la dirigió contra su portería. Bien mirado la victoria del Madrid tenía que ser así: con un gol chusco.Heynckes alineó a casi todos los nativos. El equipo tenía un aire juvenil, con Jaime y Karanka en los laterales, Víctor y Amavisca en las alas, Guti en la media punta y Raúl en la delantera. De alguna manera representaba: el proyecto previo a Capello y la era del dinero televisivo. En el campo había mucho producto nacional: sólo Redondo y Suker pertenecían a la armada extranjera. Seedorf, que jugó muy mal frente al Oporto, se sentó en el banco. Pero en el ánimo de todos estuvo que las ausencias importantes eran las de Mijatovic y Roberto Carlos. Cada uno en lo suyo resulta fundamental en el Madrid. Roberto Carlos produce una efervescencia que le conviene mucho al equipo. Y Mijatovic había entrado en estado de gracia. Su juego punzante, absolutamente intranquilizador para los defensas, es más necesario que nunca. En su ausencia, Suker regresó a la mediocridad y Raúl volvió a defraudar, esta vez como delantero, donde está su hábitat natural. En algún momento escuchó silbidos, los primeros que recibe en Chamartín. Parece que también se ha abierto la veda contra Raúl.

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El partido arrancó de mala manera para el Madrid, que consintió tres oportunidades sucesivas en su área. En el primer minuto, Gabrich maniobró por detrás de la defensa y recibió un pase que le dejó frente a Cañizares. Era gol o gol, pero Cañizares cerró bien y Gabrich remató mal. Cinco minutos después, Redondo perdió la pelota junto al área del Mérida y de allí salió un contragolpe fulminante, permitida en buena parte por el espectacular agujero que había a la espalda de Redondo. La jugada terminó en Biagini, un delantero veloz y directo. O sea, el jugador ideal para esta clase de acciones. Pero Biagini midió mal los tiempos y se encontró con Sanchis, que llegó con precisión para cerrar. Jaime protagonizó la tercera ocasión con un remate poderoso que salió a un palmo de la escuadra. Desde ese momento hasta el penalti que falló Marcos transcurrió una hora. En medio sólo quedó el gol de Suker.

El Madrid entró en el partido sin ninguna tensión. Todo su juego derivaba en una rumia estragante de la pelota. Una cosa es tocar par a buscar. Otra es tocar para nada y caer en la intrascendencia más absoluta, en una esterilidad desesperante que también se traduce en números. Navarro Montoya casi quedó inédito en Chamartín. Su única intervención se produjo en una llegada de Suker que se produjo bien entrada la segunda parte. La producción, por escasa, resulta impropia del Madrid en, su campo, más ante un equipo francamente accesible.Al Mérida se le puede reconocer el orden y una serenidad que también estuvo propiciada por la indolencia del Madrid. Cualquiera puede darse cuenta de las dificultades que tienen Luis Sierra, Momparlet y Pablo para manejar la pelota y sacarla con propiedad. Para eso es necesario que se vean apretados, que no dispongan de espacio y tiempo, que se vean obligados a caer en sus limitaciones. El Madrid no les presionó ni a ellos ni a nadie. Entre su apatía y una cierta soberbia, el Madrid le dio cuerda al Mérida, que estuvo a punto de conseguir algún botín en el Bernabéu.

En medio del desolador juego del Madrid, sólo se vieron los apuntes de Guti, la presencia de Redondo y la vitalidad de Amavisca. Con cierta desigualdad, Guti interpretó con propiedad la función de volante de ataque. Siempre pareció dispuesto a meterse en la construcción del juego y a aprovechar su facilidad para el pase. De Redondo se puede decir que tuvo el mérito del que carecieron sus compañeros. En un partido tan decaído, jugó con un carácter tan industrioso que parecía un futbolista de otro planeta, del mismo que Amavisca, cuya relación causa-efecto puede resultar discutible. Produjo poco, pero su implicación en el partido fue enorme.

El partido se resolvió en dos jugadas, una que dio la victoria al Madrid y otra que evitó el empate del Mérida. En la primera, Suker dirigió la pelota a la red desde el córner. El gol pareció medio raro, y con razón: Mariano desvió levemente la pelota. La otra jugada correspondió al Mérida. Sinval, que se había trasladado a la banda derecha para amargarle la vida a Karanka, desbordó al lateral y cayó en el área. ¿Penalti? López Nieto dijo que sí entre las protestas de la gente. Era el minuto 70 y de allí podía esperarse lo peor para el Madrid. El empate le habría traído las peores consecuencias posibles: las prisas y la enemiga del personal, que aguantaba el enfado a duras penas. Pero la trascendencia de la acción superó a Marcos, el lanzador del penalti. Basta decir que la pelota ni encontró portería ni nada. Salió un metro alta.

El error de Marcos cerró cualquier posibilidad al motín que se avecinaba. Pero al Madrid no le conviene tentar a la suerte. Un partido como éste puede acabar perfectamente con una derrota frente a cualquiera. Y no habría indulto posible del público, que se hace el longuis pero sabe lo que pasa.

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