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Enmendar la historia

Ampliar la Unión Europea, enmendar la historia. En esta breve síntesis se resume la decisión de emprender el proceso que se va a iniciar en el Consejo Europeo de Luxemburgo, con la que se supera el abandono en Munich en 1939 de Checoslovaquia en manos de Hitler por las democracias europeas occidentales, tras su política de no intervención que dejó sola a la República Española.Con este paso, los europeos occidentales que hemos sido capaces de enmendar nuestra propia historia ahora debemos saber acoger a aquellos países que quieren compartir nuestro destino. En este caso, se trata de nuestra decisión, no compartida ni condicionada por los Estados Unidos como en el caso de la OTAN.

Para poder iniciar con buen pie este proceso, que constituye el mayor desafío de la construcción europea, es preciso un acto común y solemne, que reconozca su derecho a convertirse en miembros de la Unión. Con ello se contribuirá decisivamente a reforzar la estabilidad en el centro y el este del continente, además de Chipre. Estabilidad que constituye un valor esencial en una zona en la que se iniciaron las guerras mundiales. Aunque estos argumentos suenan algo lejanos en la opinión pública española, es oportuno recordar que cuando nuestro país fue una potencia presente en la escena europea tuvo como permanente prioridad lograr la estabilidad en la parte central del continente. Hoy, el ejemplo de nuestra transición democrática goza de prestigio en países que tienen que realizar este tránsito, en condiciones sin duda más difíciles. En efecto, las condiciones fijadas en la cumbre de Copenhague para iniciar las negociaciones (democracia, Estado de derecho; derechos humanos y protección de las minorías; economía de mercado; capacidad para enfrentarse a la competencia en el mercado interior y para asumir el acervo comunitario) son, sustancialmente, las mismas que en su momento tuvimos que asumir, enfrentándonos con un triple desafío: consolidar la democracia, reestructurar la economía y aprender a convivir en un marco comunitario. De momento, todos cumplen básicamente con las condiciones democráticas, menos Eslovaquia; ninguno con las económicas. Por ello, se puede afirmar, utilizando el lenguaje olímpico -que no en vano fue el primero en el que se expresó la competencia y la colaboración pacífica-, la expresión "regata" o "punto de salida común" para todos los que reúnen las condiciones. Esa es, además, la razón de ser de la creación de la Conferencia Europea como foro multilateral en el que tratar las cuestiones relativas a la política exterior, así como los temas de interior y justicia. Se puede contemplar la integración en la misma de Turquía, que ya tiene una relación más estrecha gracias a la Unión Aduanera, que es la antesala de la adhesión, a condición de que acepte no vetar la integración de Chipre. A partir de esta salida común, es indudable que el ritmo y duración de las negociaciones variará según los países, su capacidad para adaptarse a las deseables pero exigentes condiciones del mercado interior, así como desarrollar instituciones estables y vertebrar sus respectivas sociedades civiles.

Por nuestra parte, tenemos que trabajar activamente para cumplir con nuestros emplazamientos (moneda única, ratificación del Tratado de Amsterdam, hacer las reformas necesarias en cualquier caso de las políticas agraria y estructural) y ser capaces de hacer las adaptaciones necesarias para que podamos convivir 26 en una casa concebida inicialmente para 6 y en la que ya vivimos 15.

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Pero no basta hablar del ideal, del proyecto histórico. Sin el mismo, no queda más que un debate contable; por ello hay que tener presentes ambos conjuntamente. Hay que valorar el impacto de la ampliación sobre nuestros países, con ese difícil equilibrio entre los intereses creados -nacionales y comunitarios- con la necesaria solidaridad.

El primer argumento a favor es la experiencia: desde 1950, la Comunidad se ha ampliado en cinco ocasiones (incluyendo la unificación alemana), con un balance global exitoso tanto político como económico. El segundo es que esta ampliación supone un crecimiento sustancial del mercado, de países que son menos desarrollados y con importantes posibilidades de crecimiento.

El problema es, primero, el coste, que en la propuesta de la Comisión no aumenta, ya que se mantiene el techo global del 1,27% del PIB comunitario fijado en la cumbre de Edimburgo en 1992. Si se acepta ese tope, que parece difícil de superar en tiempos de rigor presupuestario, los recursos para el periodo 2000-2006 sólo podrán venir de un mayor crecimiento económico (se estima un promedio del 2,5%) o de los ahorros que genere la reforma de la política agrícola común, o de la política estructural y de cohesión. Ello está generando una situación en la que el canciller Kohl afirma que no se tocará un céntimo de la política agrícola, mientras el presidente Aznar se enroca en la cohesión.

De momento, el Parlamento Europeo ha tomado nota de la estimación de la Comisión de que los medios serán suficientes para afrontar el reto, pero es necesario para poder pactar unas nuevas perspectivas financieras (poder compartido entre el Parlamento y el Consejo), primero, que la Comisión las presente detalladamente, que se negocie y se pueda proceder a la revisión periódica de las estimaciones. Difícil ejercicio que va a ocupar, con toda probabilidad, los próximos años. Con todo, lo fundamental es enfrentar con firmeza y esperanza este nuevo desafío, teniendo siempre en mente el sabio consejo de un gran europeo, Václav Havel: "El mundo y el ser no obedecen ciegamente a las órdenes de un tecnócrata o un técnico de la política, no están para realizar sus previsiones".

Enrique Barón Crespo es eurodiputado, miembro de la Comisión de Exteriores del Parlamento Europeo.

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